martes, 2 de diciembre de 2014

Lección 20 (Fama Fraternitatis III)


Paz, Tolerancia y Verdad


En negrita el Texto de la Fama traducción de los editores Muñoz Moya y Montraveta, en rojo las indicaciones de Aralba. Hemos cortado los grandes párrafos para introducir los comentarios.

Bastaría que cualquiera examinase a todos los hombres de esta tierra sin faltar uno para encontrar lo que está bien y lo que es cierto, siempre se encuentra en armonía consigo mismo mientras que, por el contrario, todo lo que se aparta de ello, está manchado por una multitud de opiniones erróneas.

El escritor de la Fama, en este párrafo, se aferra a la lógica aristotélica para hacernos ver que nuestra razón puede distinguir entre la verdad y el engaño del mismo modo que conocemos lo que está mal comparándolo con lo que consideramos como el bien. Esto nos recuerda a las prolongadas fórmulaciones matemáticas que solo cuando se reducen a una fórmula básica podemos comprobar que nuestro trabajo ha sido correcto; si por el contrario llegásemos a varios resultados divergentes entre sí, entenderíamos que hay errores en su composición. Esto es algo que los persistentes teóricos de la Teoría de Cuerdas deberían de tener en cuenta y no aferrarse a ecuaciones aritméticas que no confluyen en un único resultado sino en tres diferentes.

Tras permanecer dos años en Fez, Fr. C.R. partió para España llevando numerosos objetos preciosos en su equipaje.

Fijémonos que en Damcar permaneció 3 años y que en Fez permaneció otros 2 más, haciendo un total de 5. Los números en la Fama no hay que tomarlos como algo baladí, dado que esconden un contenido simbólico e iniciático importante. C.R., quien tras un aprendizaje, en Damcar, de tres años se vio preparado para salir al Mundo en busca de nuevo conocimiento como compañero, en Fez, para tras alcanzar la maestría regresar a Europa con todo su bagaje artístico.

Puesto que su viaje le había sido tan provechoso, alimentaba la esperanza de que los hombres de ciencia de Europa le acogerían con una profunda alegría y, a partir de ahora, cimentarían todos sus estudios sobre tan seguras bases.

C.R., aquí reconoce su ingenuidad digna de alguien que aún no ha conseguido la maestría, asumiendo que el mundo profano, no es que le comprendiesen sino que al menos lo escucharían. Lleva la esperanza de que los eruditos de la época le aceptarían con vítores y alegría; pero...

Discutió también con los sabios de España sobre las imperfecciones de nuestras artes, sobre los medios que había que poner a ello, sobre las fuentes de las que se podían sacar signos seguros concernientes a los siglos venideros y sobre su necesaria concomitancia con los pasados, sobre los caminos a seguir para corregir las imperfecciones de la Iglesia y de toda la filosofía moral.

Aquí debemos hacer hincapié en que España estuvo ocupada por los árabes durante 800 años y fue, precisamente por este país, que la antigua tradición clásica cimentada y ampliada con las artes aritméticas que ya utilizaban los musulmanes, entraran en Europa. 

Echa la culpa a los hombres de ciencia de la época por encontrarse laxos en su limitado conocimiento, envanecidos hasta el punto de rechazar cualquier nuevo paradigma que se les presentara como fantasías propias de charlatanes. 

Esos eran los científicos, artistas y filósofos que existían en la época de los Siglos XV y XVI que relata el manifiesto de la Fama, a pesar de haber sido escrito, muchos años desués, en el siglo XVII. 

Evidentemente, aquí se está refieriendo a la única Iglesia Católica existente en el renacimiento, dado que la Reforma Protestante se daría tiempo después.

Les enseñó plantas nuevas y frutos y animales nuevos que la antigua filosofía no determina. Puso a su disposición una axiomática nueva que permite resolver todos los problemas.

Muchas veces leemos los textos antiguos como si se hubiesen escrito recientemente y eso es un tremendo error, dado que como vemos aquí, en la época no había diferenciación entre filosofía y ciencia o arte. En realidad con las tres acepciones se está tratando de una misma cosa. ¿Desde cuándo la filosofía  que se estudia en nuestras universidades enseña las ciencias naturales? La axiomática no es otra cosa que la Regla o el Paradigma que nos permite resolver los problemas. Recordemos que el Fr. C.R. traía consigo la física y las matemáticas del oriente islámico.

Pero todos lo encontraron ridículo. Como se trataba de asuntos desconocidos temieron que su gran reputación quedara comprometida así como verse obligados a volver a comenzar sus estudios y a confesar sus inveterados errores a los que estaban acostumbrados y de los que  sacaban beneficios suficientes; que reformaran otros a quienes las inquietudes les fueran provechosas. Era la misma letanía que otras naciones entonaron. Su desengaño fue grande porque no esperaba en absoluto una acogida semejante y porque entonces estaba dispuesto a transmitir con mansedumbre todas sus artes a los hombres de ciencia, por poco que estos se esforzaran en encontrar una axiomática precisa e infalible estudiando las diversas enseñanzas científicas y artísticas y la naturaleza entera. 

Creo que no es necesario pararse en este párrafo demasiado tiempo por lo evidente de su afirmación y que más de uno de nuestros lectores habrá sufrido en sus vidas. La soberbia del que se considera en posesión del conocimiento pleno. En todas y cada una de las épocas de la historia de la humanidad, los bachilleres o universitarios, una vez licenciados y doctorados, han venido considerándose como más sabios que el común de los mortales y el que les viniese algún extraño diciéndoles que todo lo que habían estudiado no servía para nada era como poco una afrenta a su dignidad y reputación; pero evidentemente la experiencia nos demuestra que casi nunca conocemos lo suficiente y que nuestras licenciaturas y doctorados deberían conllevar un mayor grado de humildad. Como antaño hoy parece que sigamos sin aprender demasiado.

Dicha axiomática debía orientarse por su centro único al igual que una esfera y, como era costumbre entre los árabes, solo los sabios debían servirse de ella como regla. Así pues era preciso fundar en Europa una sociedad que poseyese bastante oro y piedras preciosas para prestarlas a los reyes y que también se encargara de la educación de los príncipes; que conociera todo lo que Dios ha permitido saber a los hombres para que, en caso de necesidad, estos pudieran dirigirse a ella, como los paganos a sus ídolos.

Fijaos que está hablando de lo que es nuestra Ciencia actual, donde todo gira en torno al centro formado por la lógica de unas reglas bien determinadas y que no sean invalidadas por otras reglas que pudiesen demostrar su falsedad. Nada que no tenga una lógica debería ser descartado. Esto nos demuestra que la pretendida Sociedad Rosacruz lo que perseguía, lo iremos viendo según desentrañemos tanto la Fama como la Confessio, no era ningún extraño conocimiento mágico, tal y como lo conocemos hoy en día, sino el avance de la Ciencia y la modernización de la Religión. 

Como no podía ser de otro modo, dado el generalizado analfabetismo de la población, se fija en la enseñanza de los gobernantes de los pueblos, centrándose en los jóvenes príncipes. En la época anterior a la reforma, el conocimiento era algo privativo de la casta sacerdotal y solo podía recibirse en el interior de los conventos. Evidentemente todo el mundo debería ser alfabetizado; pero por alguien había que empezar y estos deberían de ser los príncipes, "nobles y reyes" cuya responsabilidad era el gobierno del pueblo.

Debemos confesar en verdad que el mundo, embarazado ya en la época con una gran perturbación, sentía los dolores del parto: engendraba héroes gloriosos e infatigables que rompían violentamente las tinieblas y la barbarie, mientras que nosotros, débiles como éramos no podíamos sino parodiarlos.

De algún modo se reclama honores para los grandes personajes de la época tratada en la Fama y que no pueden ser otros que los conocidos como precursores de las actuales ciencia y filosofía; y que estuvieron sujetos, a la persecución de la intransigente Iglesia de Roma. Aquí, como rosacruz, el escritor reconoce su inferioridad respecto a los precursores que, como iremos viendo, no podían ostentar  el título de rosacruces. Galileo y Giordano Bruno serían, entre otros muchos, un buen ejemplo de los grandes héroes de los que habla nuestro primer manifiesto rosacruz.

Estaban en el vértice del triángulo de fuego cuyas llamas aumentaban su resplandor incesantemente y que sin ninguna duda provocará el último incendio que consumirá al mundo.

Aquí hay una profunda metáfora realizada con el fugo por el que pasaron algunos de los mencionados personajes, dado que habían sido o muertos o amenazados de muerte por la hoguera; pero esa metáfora se refiere al Delta tan utilizado por masones y rosacruces; pero también por los religiosos de la época y que no representa a otra cosa que la Divinidad y que el cada vez mayor conocimiento de la Obra de Dios, la Naturaleza, el Libro M o Liber Mundi, provocará una convulsión en la Sociedad Humana que acabará con el error de lo antiguo para traernos el verdadero conocimiento de Dios y con ello una nueva concepción del Mundo. 

"Así, al menos, pienso que debería de verse más que como algún augurio apocalíptico, dado el contexto en el que se enmarca este pequeño párrafo".

Esta fue entonces la vocación de Paracelso que, aunque no se adhirió a nuestra fraternidad, fue un asiduo lector del libro M, en el que supo iluminar y aguzar su ingenio. Sin embargo también fue obstaculizado por la barahúnda tumultuosa de los hombres de ciencia y de los necios: nunca pudo exponer en paz sus meditaciones sobre la naturaleza hasta el punto que consagró más espacio de sus obras a denigrar a los insolentes y desvergonzados que a manifestarse enteramente.

Es sumamente importante este último párrafo, dado que se refiere a uno de esos grandes hombres de la Historia y dedicado en cuerpo y alma a la medicina. Ahora se comprende ese afán de los rosacruces por la curación de los enfermos y podría, de algún modo, considerarse a Paracelso como su Santo Patrón.  Si los creadores de los manifiestos rosacruces hubiesen sido unos burdos embusteros, como tantos otros que existen hoy en día y que se autodenominan como rosacruces, no les habría costado nada haberlo incorporado a su panteón rosacruciano y sin embargo, a pesar de su verdadero aprecio, no lo hacen. Esto es algo muy interesante y a tener en cuenta para aquellos que se acercan, por primera vez, a estos escritos tan valiosos para la humanidad.

Cuando se indica que fue un asiduo lector del Libro M, nos está indicando que fue un perfecto observador del Libro del Mundo, de la Naturaleza. Ese es el primero y uno de los principios fundamentales de la Ciencia: La observación de la Naturaleza y sus procesos físicos y biológicos (Mágicos en suma, para la época).

Se nos indica que su principal Héroe y Patrón, Paracelso, fue obstaculizado por las mentes estrechas de la época y que a pesar de ello no se amilanó, enfrentándose valientemente a tanta testarudez y soberbia.

Sin embargo encontramos en él, en profundidad, la armonía de la que hemos hablado y que sin duda habría comunicado a los hombres de ciencia, por poco que los hubiera encontrado dignos de un arte superior al de las vejaciones sutiles. Abandonando el mundo a la locura de sus placeres, se olvidó a sí mismo en una vida de libertad e indiferencia.

Nos presenta a Paracelso como un ejemplo de lo que debería ser un verdadero Hombre de Ciencia y dedicado al estudio y progreso de la medicina sin importarle lo que los demás pensaran de él. En estos libros cuando leemos arte deberíamos entender hacer (Arte de Artesano) y en este caso se refiere a la Medicina dado que las vejaciones de las que aquí se habla se refieren, indudablemente, a los métodos groseros que utilizaban sus contemporáneos y que no poseían algún fundamento razonable.

Continuará…

En L:.V:.X:. Luz, Verdad y Amor; que las Rosas del Alma florezcan majestuosas sobre la Cruz de vuestro Cuerpo material.

Aralba