viernes, 29 de septiembre de 2023

Rosacruz 12

 "Rosacruz 12, XVI, XVII y XVIII"





-Capítulo XVI-


La señora Reiman había esperado en vano la influencia del profesor Mertin acerca de su hijo, había regresado a la casa, con un humor peor que antes. Había logrado justamente lo contrario de lo que había querido. Si su hijo llegaba a enterarse por alguien del paso que ella había dado, tenía que producirse una tirantez entre ambos, que ya no tendría remedio. Y la situación podía ponerse peor aún, si su hijo era aprobado en los exámenes, pues en este caso, adquiriría una cierta independencia al titularse doctor Reiman. En estos días Bernardo estaba muy raras veces en casa. Luchaban en su interior las ideas aprendidas de antaño y las enseñanzas nuevas que aportaba el Rosa-Cruz. Había mucho de apegado, de aferrado, de encariñado, en la filosofía consoladora que recibió en los bancos de la escuela; y había, por otro lado, mucho que rayaba en lo fantástico, en lo que predicaba Rasmussen. Y, sin embargo, la lógica y la ciencia estaban de parte del último. Pero se estableció en su interior un divorcio de dos épocas: se desligaba el pasado del presente. Había momentos en que se sentía con impulsos de propagandista, de predicador. —Yo no puedo quedarme contemplando tranquilamente, cómo va fermentando y ensanchándose en todas partes la mentira, y cómo va progresando siempre más — decía. Y, con esta excusa, se lanzaba siempre a la calle. Había en él, y alrededor de él, un desasosiego que el comportamiento de los suyos aumentaba. La madrastra, al hablar con él, solo traía el eterno tema de Elsa. Y aunque en el interior de la señora Reiman se levantaba un remolino que casi le paralizaba el corazón, ¿quién se interesaba por ello? Cada uno seguía solo su propio camino. Llena de odio interior por esta causa, los ojos se le arrasaban en lágrimas. Furiosa, se ponía a patalear la suave alfombra. ¿A quién se debía que nadie, ni siquiera su marido, la comprendiera? No la quería comprender y solo tenía siempre reproches para con ella. A él le era completamente igual lo que atraía a su hijo hacia la ciega; y lo excusaba, y hasta alababa todo lo que ella, como madre, quería mantener lejos de él, por creerlo peligroso e inadecuado. Ella no pensaba en absoluto en la seriedad terrible de estos días; en que Bernardo estaba amenazado por la espada de Damocles, que iba a acabar con todos los proyectos para el porvenir, poniendo fin a cuanta discordia existiera en el seno de las familias. Tan vehemente era el odio que la dominaba, que todo lo demás le era completamente igual, no dándose cuenta de los grandes acontecimientos de esos días. De pronto abrióse la puerta y Bernardo atravesó el umbral con la tez pálida como un muerto, sin poder proferir palabra. En sus brazos sentía aún la carga del cuerpo, extenuado hasta la muerte. Unos momentos más, y, ya su Elsa hubiera sido arrebatada de este mundo.


El no vio como su madre se le acercó con sonrisa amorosa y no notó el cuidado que por él sentía. Él veía tan solo el semblante, blanco como la cera, de Elsa, rodeado de su largo y chorreante cabello cual si fueran serpientes negras. —¿Qué te pasa, Bernardo? Tienes un aspecto terrible. ¡Si hasta tienes fiebre! ¿Es que tienes miedo por los exámenes? ¡No faltaba más; con tus conocimientos...! Pero, al acercarse más, se dio cuenta de que estaba totalmente mojado. —¿Qué ha pasado? —exclamo. —Elsa ha sufrido un accidente. Yo la he sacado del río —exclamó confundido. Y como su madre, asustada de lo que acababa de oír, le mirase sin proferir palabra, prosiguió: —El médico no sabe todavía si quedará con vida, pues esta como muerta y casi sin respirar. ¡Ay, Dios mío! ¡Y yo probablemente tengo que partir y no podré verla más! Al pronunciar estas palabras le saltaron las lágrimas y oscilante y agotado se dejó caer en la silla. Era la primera vez, desde los años de su infancia, que ella veía llorar a su hijo, y esto a causa de una ciega, cuando al parecer de ella, toda persona cabal solo podía alegrarse de que hubiera una desgraciada así menos en el mundo. Ella no comprendía a su hijo. Solo ahora se dio cuenta de hasta dónde había llegado el “entrampamiento” de parte de los Kersen. Y sintió como un gran alivio al ver que el destino venía en su ayuda. Casi no podía dominar la alegría por lo ocurrido cuando dijo: —¿Cómo puede afectarte esto de tal manera? Pues, si Elsa muriera, la señora Kersen se vería libre de una carga. ¿Era esta su madre, que tan inhumanamente le hablaba, sin sentimiento de ninguna clase? No, sólo ahora lo reconocía; así podía hablar únicamente una persona extraña, una madrastra. Pero ¿no sabía ella que Elsa formaba parte de su vida? ¿Que era por medio de Elsa, como quería llegar a ser maestro? ¿Uno de quien todo el mundo hablaría? ¿Y le decía entonces palabras tan inusitadas? Se levantó indignado. —¡Madre! —profirió entre dientes—. Si no fueras tú, te diría: “¡Qué vergüenza que exista una falta tal de sentimientos!” Y enseguida se precipitó fuera del cuarto, sin proferir una sola palabra más. Tan solo oyó aún la carcajada penetrante de su madrastra. Pero las palabras se le perdieron.


***


-Capítulo XVII-


Para Bernardo vinieron ahora semanas bien pesadas. Se había dejado entregar por el profesor Mertin, el tema para su doctorado, que tenía que efectuar para alcanzar el grado académico. Como el candidato se interesaba con preferencia por la oftalmología, el profesor le dio naturalmente un trabajo en este terreno. este se denominaba: “Análisis del oftalmoscopio en caso de otitis media purulenta”. Bernardo se dedicó con gran celo al trabajo. El no quería obtener el “rite”, ni tampoco el “magna cum laude”, pues lo que quería alcanzar era un “summa cum laude”. Durante semanas enteras se enterró en las obras de un “Margagnis” sobre “otorrhoea cerebralis, Itard”. Después, con las obras de Schiess, Gemuseis, Laqueur, Buchanan, Leslic, Wood, Grossmann, Ware y Virchow, estudió el interesante tema del proceso inflamatorio de las membranas oculares y la formación ósea intraocular. Nuestro joven ocultista buscó cuanto pudo, en autores célebres, para ensanchar sus conocimientos médicos. Ante todo, le interesaron, y muy especialmente, los fragmentos de osificación del hueso temporal, innatos, y nada raros, que se suelen formar con frecuencia en la cavidad del oído, en la extremidad del conducto auditivo, pero también en el canlis caroticus y en el canalis facialis, casi siempre en la que permiten la libre entrada de la inflamación en nervus acusticus y los faciales, o por medio de las venas aqueductus vestibuli y cochleae. Y luego proseguía: Como factor principal en el origen de las alteraciones del fondo del ojo en casos de encefalia, recalcó V. Graefe el estrechamiento de espacio en la caja del cráneo y el aumento de la presión intercraneal. Pero en ello se daba perfecta cuenta de que el estancamiento, por sí solo, no podía dar, en muchos casos, la explicación para los sucesos patológicos, sino que frecuentemente había de estar también de por medio un proceso de inflamación. Así distinguió dos formas de neuroretinitis en casos de afección cerebral. La primera la llamaba papila de estancamiento, que era atribuida a desórdenes en la circulación; la segunda, neuritis descendens, que no debía ser otra cosa que la propagación de una inflamación de las meninges hasta el ojo a lo largo de las vainas de los nervios ópticos. Desgraciadamente, en la práctica era difícil distinguir a ambos entre sí, pues en muchos casos se presentaba estancamiento e inflamación a la vez. Trató asimismo sobre tres casos, con análisis patológico, en la papilla nervi optici, y, por fin, mencionó la neuritis óptica, cuya importancia depende ante todo de la circunstancia de que ya puede presentar una afección intracraneal, en una época en que aun no se distinguen otros fenómenos de irritación cerebrales, sobre todo en la región de los demás nervios cerebrales. Por último Bern ardo dio las gracias al profesor Mertin por el tema asignado; y por la amable facilitación del material. Nuestro candidato para medico había entregado su trabajo escrito, y se había anunciado para el examen de doctor, pues el examen verbal era inevitable, toda vez que el reglamento de promoción indicaba que una “promotio in absentia” no estaba permitida en ninguno de los casos. Los días de exámenes se fueron acercando... y comenzaron por fin. Bernardo debía someterse al examen “rigorosum”, que se componía de una parte práctico-clínica y de otra teórico-verbal. El examen práctico-clínico se extendía a medicina interna, cirugía y a obstetricia y ginecología en la cama de la enferma. Tuvo que establecer el diagnóstico en dos enfermos, sin hacer ninguna interrogación, a lo que siguió otro examen más, riguroso también. Concluido, tuvo que abandonar por algún rato el cuarto del rectorado, a fin de que los señores examinadores pudieran cambiar opiniones y ponerse de acuerdo. Impaciente, iba Bernardo de un extremo a otro del largo corredor hasta que, por fin, el bedel superior le rogó que volviera a entrar. Cuál no sería la alegría del candidato, cuando de boca del presidente de la Comisión, le fue comunicado que se le había otorgado el calificado de summa cum laude. Conmovido y lleno de alegría estrechó las manos del profesor Mertin y salió apresuradamente para dar a sus familiares la grata noticia. En casa le esperaba una mesa opíparamente puesta; el comienzo de los festejos y de las visitas a los parientes y conocidos que irremisiblemente habían de verificarse. Su nueva categoría había que celebrarla y rociarla detenidamente. Bernardo cumplió las palabras de “Goethe en el “Buscador de Tesoros”: “Tras semanas fatigosas, Alegres fiestas han de seguir”. Entre los compañeros de estudios, habíanse percatado que Bernardo se ocupara de Ocultismo últimamente, algunos muy católicos dudaban si el estudio de esa materia era malo o no. pero Bernardo sabía muy bien que: Los católicos sinceros, los de fe y convicción, no los de simple bautismo, que tienen la conciencia dormida, sino aquellos que saben la responsabilidad en que incurren ante la autoridad religiosa, y sus sucesores, habían tenido hasta ahora cierto recelo para participar en los estudios del ocultismo, relacionados con la orden RosaCruz. Organizado por “Das neue Licht” (La nueva luz) revista que se edita en Viena, se organizó una especie de congreso católico de ocultismo bajo la dirección del sabio padre jesuita doctor George Bichlmair, firmándose unas conclusiones después de su celebración, que en síntesis dicen: “La iglesia católica, apostólica y romana, reconoce las investigaciones de un ocultismo serio y le da la importancia que se debe dar a todo estudio científico que pretenda un esclarecimiento verdadero; acepta todos los fenómenos parapsíquicos; declara como posibles todos los fenómenos psíquicos y psicológicos, y solo establece la diferencia que existe entre la aparición de los santos y los fenómenos espiritistas”. No hace mucho tiempo, el catolicismo y sus representantes, declaraban guerra abierta al ocultismo; y son satisfactorias para todos, católicos, y amigos del ocultismo, las declaraciones del padre jesuita, que ponen en claro la verdadera situación de los que quieren y desean cumplir con la Iglesia.


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-Capítulo XVIII-


Después de algunos días empezó el joven Reiman a hacer las visitas de obligación, en las que tenía que presentarse como médico aprobado. Es ésta una costumbre alemana muy inveterada. Su primera visita lo llevó, como es de estilo, a casa de su maestro, el profesor Mertin. Al atravesar la puerta, fue recibido por Elfrida, que, tendiéndole la mano, le dijo: —¡Ah! ¡El flamante señor doctor! ¿Por fin se le vuelve a ver a usted alguna vez? ¡Yo ya creía que usted se había marchado y que nos había olvidado ya! Bernardo quedó totalmente aturdido, pues en su voz se oía resonar la más franca alegría. —Según he oído, quería usted hablar a papá, pero él está aún lejos de aquí, gracias a Dios. Pero ante todo, quiero felicitarle por el “cum laude”. Me alegro con usted. Sírvase sentarse. Tiene que esperar aún una media horita y conformarse con mi compañía durante este tiempo —dijo en su manera francachona. —Lo que es sumamente grato para mí, señorita —contestó Bernardo, contemplando sonriendo la cara sonrosada, y los ojos castaños, alegres, que aun ninguna pena habían conocido. Los rayos del sol jugueteaban con su cabello; y el vestido ligero de azul claro que se ajustaba suelto a su cuerpo gentil, permitía adivinar lo bien desarrollado que estaba este capullo. Una ola ardiente le invadió. ¿Seria el bochorno del mediodía o el vino que había tomado? No lo sabía. —Pero ¿usted me ha echado, realmente, tan de menos, que el tiempo le haya parecido tan largo? —le preguntó en voz baja, para decirle algo. —Naturalmente que sí —respondióle Elfrida con toda sinceridad—. A diario he tenido que pensar en ustedes; pues estuvo muy interesante la noche en que Rasmussen realizó su milagro. —¡Ah! ¿Por esto, usted ha pensado solamente en el Rosa-Cruz? —interrogóle Bernardo con marcada intención. —No, Reiman; es a usted a quien no he podido olvidar, el interés que tengo por el uno, no es el mismo, respecto del otro.


—Pues francamente, en verdad que yo no sabría por qué hubiera podido merecer esta distinción —replicó Bernardo, con el corazón alterado. —Pero, ¿es que todo debe merecerse? —A decir verdad, sí. —¡Ea! Déjeme usted tranquila con su filosofía —respondió Elfrida con un cierto mohín—. Se da y recibe, sin preguntar mucho, si se merece o no. Bernardo se echó a reír divertido. “Es como una mariposa abigarrada cuyas alas tornasoladas se admiran en la lumbre del sol” —pensó él. —De seguro que usted no me ha echado de menos durante todo este tiempo— preguntó ella con acento provocador. —¡Pues ya lo creo! Muchas veces he tenido que pensar en sus ojos —respondió Bernardo con un cierto acento de flirteo inconsciente, pero al mismo tiempo había algo doloroso en su voz, que contrastaba curiosamente con la expresión radiante de su semblante. La mirada de ambos se encontraron. Las sienes de Elfrida fueron invadidas por ardiente sangre. En este momento atravesó el profesor Mertin el umbral de la puerta. —¡Ah! ¡mi querido doctor Reiman! Así, pues, que se va a marchar pronto. Su viaje a España es una idea excelente. A ver si nos trae algo de nuevo. Tengo noticias de allá, de un ocultista de fama universal, el Dr. Barraquer, que hace operaciones sorprendentes. El espanto marcóse en la cara de Elfrida. Casi azorada, interrogativa, contemplaba a Reiman. —Para mí representa un viaje de estudio, que más adelante me ha de ser de utilidad. Solo he venido, para expresar a usted, señor profesor, por todo lo bello y magno que he podido escuchar en sus clases y conferencias, mis más sentidas gracias, rogándole al mismo tiempo, que también en lo sucesivo quiera serme un buen consejero y maestro en el ejercicio de mi carrera. —Usted tiene que volver pronto. ¡Tiene que volver! —prorrumpió Elfrida con vehemencia, de modo que su padre la miró admirado. La muchacha giró la cabeza hacia un costado. No quería que viera las lágrimas que se le saltaban.


La cara del profesor cubrióse de una débil sombra. Vio claramente que su hijita se había enamorado del joven Reiman. Se pasó la mano por su barba gris, y luego se dirigió a Bernardo, con las siguientes palabras: —Puede usted estar seguro de que se ha erigido en mi un recuerdo imperecedero. —Y en mí aun mucho más —intervino Elfrida. El profesor Mertin quedó muy confuso y contempló a su hija lleno de admiración. —Pero si es la cosa más natural, toda vez que el señor Reiman es amigo de nuestra casa. Con estas palabras quería el padre debilitar la franca confesión de Elfrida. —Muchísimas gracias, señor profesor, por el honor que siempre sabré apreciar — respondió Reiman, con una ligera inclinación. —Ya lo sé... Pero, hija, estamos aquí sin nada que tomar. Ve, dile a la señora Gruenfeld, que nos haga preparar algo para comer, con una botella de buen Tarragona. Aun tiene usted tiempo, ¿no es verdad, mi estimado Reiman? —Bueno, señor profesor; si usted lo permite, una horita —respondió Bernardo mirando al reloj. Elfrida se había levantado inmediatamente para responder al deseo de su padre. Una íntima alegría llenaba todo su ser, al ver que Reiman aun se quedaba. A éste es a quien amo. Será mío se dijo, sonriendo al salir. De si encontraría su amor correspondido, de esto no dudaba siquiera. Hasta aquí todos sus deseos los había visto realizados. Entonces ¿por qué no éste? Su padre no podía tener nada contra Reiman, pues era rico y de buena casa. Hoy mismo tenía que hallar claridad sobre ello, hoy mismo. Pues ¿no había leído con frecuencia en novelas, del amor a primera vista, de parejas que quedaban prendados inmediatamente? ¿Por qué no podía sucederle así a ella? ¡Si este Reiman no fuera tan exageradamente tímido, o, por lo menos, algo más accesible...! Bien tenía que haber notado cómo ella le quería... La señora Gruenfeld se le acercó con lentitud. Ya hacía algún tiempo que padecía de dolores reumáticos. —¡Papá me encarga que le diga, que procure usted un almuerzo especialmente bueno, para tres personas, con una botella de Tarragona, y enseguida! —¡Ah, ¿sí? Pero supongo que, por lo menos, me lo suplica…


La señora Gruenfeld cuidaba de su persona y exigía ciertos comedimientos. —Sí, sí; naturalmente —contestóle Elfrida con acento desdeñoso. Ella vivía siempre en discordia con la señora Gruenfeld, que siempre tenía algo que reprenderle como si aun fuera una niña de teta, no obstante que, por decirlo así, ya estaba a punto de prometerse. Bien pronto la señora Gruenfeld tuvo puesta la mesa en la fresca galería; fiambres, carne asada, huevos y una lata de sardinas. Todo esto quedaba aún como sobra del día anterior. Y puso una botella de vino, en una cubeta de hielo. La criada trajo algunos panecillos frescos, con algo de pan negro. Elfrida, que había ido presurosa al jardín, puso un precioso ramo de rosas encarnadas sobre la mesa, una de las cuales colocó en su cabello, y le daba a su carita un encanto mayor. Rápidamente regresó al lado de los que la aguardaban. —¿Quieren tener la bondad de pasar? ¡Ahora vamos a celebrar al nuevo doctor! Con estas palabras y la gracia que le era propia, se colgó del brazo de su padre, mientras que contemplaba a Bernardo con una mirada radiante. El almuerzo y el vino eran del sumo agrado de Bernardo; y ello tanto más, cuanto que, desde muy temprano, solo había tomado muy poca cosa y su garganta se le había secado con el calor y así el fogoso vino le desató pronto la lengua. Encontraba a Elfrida soberbiamente hermosa. con entusiasmo contemplaba sus ojos encantadores, en los que había un mar de felicidades. —¿No es cierto, papá? ¿No es tu mayor felicidad la de hacerme feliz? —exclamó de pronto la niña, sin motivo alguno. —Naturalmente. Y espero que lo seas también —contestóle su padre sonriendo. —Pero podría faltarme aún algo para ello, repuso Elfrida. Su sangre joven corría demasiado impetuosamente por sus venas, y su fantasía estaba, como siempre, rebosante de las historias de amor leídas. —Indudablemente, su señor padre cumplirá todos sus deseos, en cuanto esté a su alcance; pues no todos están en posesión de una hija tan hermosa y encantadora — dijo Bernardo con ojos llenos de ardiente brillo. Elfrida se puso roja como la rosa que llevaba en su cabello. ¡Me ama! decíase regocijada para sí misma—. ¡Me quiere! Hoy arreglamos esto..


Mertin levantó la cabeza. El acento con que el joven acababa de pronunciar sus últimas palabras, era algo extraño, y quedó bastante sorprendido. Luego volvió su mirada lentamente hacia Elfrida, diciéndole: —Yo quisiera saber qué clase de deseo es el que he de cumplirte. Las miradas de Elfrida se dirigían a Bernardo solicitando su ayuda. pero como éste permanecía callado, dijo ella con candidez obstinada: —¿No te das cuenta de que ya no soy ninguna niña, y de que, para la felicidad de una joven, se requiere algo más, papá, que bonitos vestidos, conciertos y un estómago satisfecho? ¿No piensas que aun existen otras cosas que están fuera de todo alcance de los placeres comunes? Admirado oyó el profesor la acusación de su hija, y los ojos se le abrieron, se dio cuenta de lo que pasaba. No, así no hablaba ninguna niña. Esto era la exclamación de un corazón que, indomado, despierta, ansiando al ser amado. Pero, sin embargo, en ella se oía más la fogosa obstinación, que a la joven señorita. Sentía, apenado, que le había faltado la madre que supiera guiar con sentimientos fino el despertar de su joven hija, por el justo camino. Pero luego se consoló con el pensamiento: “¡Si aun es una jovencita en agraz...!” Ya vendrá el tiempo de buscarle marido, pero como una ráfaga le pasó por la mente, que este marido podría ser Bernardo y acentuó: —Hija, ¿qué es lo que hoy tienes? No te comprendo —dijo todo asombrado—. Me parece que no es el momento adecuado para tales conversaciones y deseos. —Pues sí, justamente ahora —replicó Elfrida—. Mañana ya será demasiado tarde, ¿no es así, señor Reiman? El interpelado se estremeció. Apenas si sabía lo que ella le preguntaba. Estaba en una disposición de animo estúpida en que como si le hubieran atontado la cabeza de un golpe, hubiera dicho que sí a todo, aun al mayor disparate. —Sí... ¡Ah...! ¡Seguro! ¡Sí! —balbuceó Bernardo, a quien la pesadez se le hacía cada vez más grande en la cabeza—. Mañana ya será demasiado tarde. La señorita tiene mucha razón —agregó sin pensarlo. Qué y para qué serían demasiado tarde, él mismo no lo sabía, el buen cielo lo aclararía. Elfrida movíase nerviosa e intranquila, de un lado a otro, en su silla. —Vemos que usted se queda tranquilamente sentado y esperando que las estrellas se caigan del cielo. ¡Y que tenga yo que ponerle cada palabra en la boca...! — se le escapó con áspero acento.


De súbito, sonó vigorosamente la campanilla afuera. Y enseguida presentó la criada una tarjeta al profesor. Este, después de leerla, se levantó de pronto con las siguientes palabras: —Usted me dispensará, querido Reiman, un momento. Y se fue al salón, en donde le esperaba un señor de edad. ¡Gracias a Dios! —pensó Elfrida—. ¡Por fin se va y nos deja solos! Ella misma ya no sabía casi cómo salir de esta situación tan cómica. —¿Qué clase de deseos tiene usted, señorita? —preguntó Reiman en voz baja, a la vez que se sentaba a su lado. —¿Y usted no lo sabe? Un asombro desmesurado estaba en sus ojos interrogadores al ver que Bernardo se sonreía. Pero ya estaba resuelta; si Reiman, como ella esperaba, no decía nada; aunque mujer, estaba dispuesta a invertir los papeles, y declararse. Bernardo, entonces, continuó: —¿De dónde quiere usted que lo sepa? Pues no, no sé leer los pensamientos. —¿Y tampoco es conocedor de los corazones? —preguntóle burlona Elfrida. —Pero ¿por qué? —Porque, si no, tendría usted que comprenderme —dijole ella con voz baja y doliente. El se inclinó hacia ella sintiéndose invadido por el aroma que emanaba la rosa en su cabello. —Pero ¿no puedo yo cumplir sus deseos? —respondióle Bernardo galante, pues algo tenía que decir. —Sí, sí; únicamente usted puede hacerlo. Y se lo quedó contemplando con sus grandes ojos oscuros, fascinantes, con una mirada fulgente y anhelosa... Bernardo empezó entonces a comprender. Pero ya era tiempo de reflexionar. En su interior, ya no era él; y, de repente, le subió una ola erótica por su interior; la sangre se puso a hervir ardorosa en todo su cuerpo... El no sabía como fue.


Fuerzas extrañas operaban allí. Las miradas de Elfrida tenían en este momento algo de fascinador, y le robaron toda reflexión. Inconsciente, como si actuara en él otra persona, una voluntad extraña, de pronto tomó su esbelta figura en sus brazos, la estrechó fuertemente y, dominado por una pasión repentina, casi inconsciente, la besó frenética y fuertemente. Era la bestia humana en acción. Una de las cualidades especiales de Elfrida, había sido siempre la de dejarse arrebatar. Jamás había aprendido a imponerse a sus sentimientos. Además, como ya se dijo, estaba la joven bajo la influencia de malas e incitantes novelas que sabía proporcionarse secretamente. En este momento parecía ser también presa de un sentimiento parecido al de Bernardo. Llena de anhelo y pasión, le cogió de la cabeza posando un ardiente beso sobre sus labios. En este preciso instante abrióse la puerta. El profesor Mertin estaba como enclavado en el umbral contemplando el cuadro que Bernardo y su hija le ofrecían. El pobre Bernardo repetía la escena ante el profesor Mertin, como pocos días antes en el jardín de la señora Kersen, cuando igualmente llegó en el fatal instante en que tenía a Elsa en sus brazos. Elfrida había oído seguramente los pasos de su padre. Pero era astuta. se volvió hacia él, sin delatar el menor susto, y, mirándole medio confusa y semidichosa, le dijo: —¡Padre...! ¡Padre...! ¡Nos amamos! ¡Nos hemos prometido! —¿Qué, estás loca? —se le escapó. Para Mertin era también una situación embarazosa. Bernardo sentía que todo giraba a su alrededor. Estaba como embriagado. ¿Qué podía hacer? ¿Contradecir a Elfrida? ¿Confesar al profesor que no la había amado nunca? ¿Que este beso había sido el resultado de una excitación momentánea inconsciente...? Algo tenía que decir. ¡Una disculpa! Pero no hallaba palabras, un algo invisible le anudaba la garganta. Para el profesor Mertin la situación seguía también penosa. Pero ¿qué podía hacer? No quería continuar en el tono comenzado; después de todo, el nuevo doctor Reiman era un partido brillante para su hija. la agitación extraordinaria de Reiman, se la explicaba por fin como pasión verdadera hacia su hija y por tanto dijo brevemente: —¡Vamos, hijos! ¡Qué rápido ha sido! —Y pensó para sí: Pero me parece que mejor se me hubiera preguntado a mí. Que alguna vez se me hubiera hablado de esto, pues debo aceptar que los jóvenes desde tiempo se entendían—. Luego prosiguió:


—Así, pues, el compromiso de esponsales que mi hija quiere celebrar con usted, admite aún algún tiempo, señor Reiman. Esperemos, primero, que regrese usted de España. Por de pronto, lo guardaremos secreto; todo tiene que quedar entre nosotros. Al escuchar estas palabras, Bernardo sintió cómo su espíritu se despejaba. Poco a poco fue dándose cuenta de la tontería que había cometido, y de que ahora estaba prometido secretamente dos veces. Efectivamente, en todo caso, nadie debía saberlo; sobre todo Elsa, ¡tu Elsa! Y ya quería presentársele la imagen de su verdadera novia ante su vista espiritual, cuando el profesor Mertin continuó: —Yo ya sé, señor Reiman, que es usted un caballero. Y si usted ama a mi hija verdaderamente y mi hija a usted, no tendré más tarde nada que objetar. Bernardo sentíase como azorado y solo supo balbucear: —Muchas gracias, muchas gracias, señor profesor. Y tomando su sombrero, despidióse brevemente de los dos y se marchó. En la calle hubiera podido atropellar a cualquier persona. No miraba ni a derecha ni a izquierda. Llegado a su cuarto, volvió a deslizarse ante su mente el suceso en la casa del profesor y la cuestión con Elfrida fue pareciéndole sumamente ridícula. Pero seguía sin poderse dar cuenta de cómo había sido posible que se dejase arrastrar tan lejos. ¿O era que quizás amaba a Elfrida en verdad? ¡No! ¡De ninguna manera! El solo amaba a Elsa. Pues a las dos, no podía amarlas. Por fin adquirió dominio en su corazón esta última, la magnífica, casta, tierna e inocente flor humana, que hasta entonces había llenado toda su existencia. Pero ¿cómo iba a escaparse de este lazo en que él mismo tan voluntariamente se había dejado coger? Era una suerte, por lo menos, que tuviese ya hecho su examen de doctor. De no ser así, ahora le hubiera resultado imposible. En su fantasía volvía a revivir las dos escenas amorosas con Elsa y con Elfrida, y las consiguientes explicaciones con los padres respectivos. Pues bien; no había que darle vueltas. Hacía un par de días había solicitado la mano de Elsa, y hoy tenía que agradecer la buena disposición de su maestro y futuro suegro. El doctor Bernardo Reiman sentíase ya casi como polígamo; era que efectivamente tenía dos novias. Pensativo y cabizbajo, hallábase de pie ante su escritorio frotándose la frente con la mano. De pronto llamaron a la puerta y la sirvienta le trajo una carta. ¿Qué es esto? —murmuró—. La letra le era desconocida. Era la de Elfrida. en un pequeño papel de carta, había escrito lo siguiente: Queridísimo Bernardo:


Papá tiene que ir esta noche a una conferencia. También la señora Gruenfeld está fuera de casa. Vente a las ocho y media, estoy completamente sola. Mil besos de tu novia. ELFRIDA”. ¡Qué disparate, novia! ¡No faltaba más! ¡Lo que haré es no ir nunca más—fueron los primeros pensamientos de Bernardo, y, colérico, echó la carta sobre la mesa. Pero luego reflexionó y se dijo: No... Será mejor que vaya. Así tendré oportunidad de poner las cosas en su punto. Sí, voy a decirle, ahora para siempre, que no la amo, que no la amaré, que no la podré amar nunca, que la escena de esta mañana ha sido sin reflexión y que mi corazón pertenece a Elsa. La tarde se le hizo larga. No podía esperar el momento en que hablaría con Elfrida. Ni al mediodía ni a la noche había tomado parte en las comidas en casa de sus padres. Sin encontrar reposo, había errado por el parque municipal, y, medio cansado, entró a la hora fijada en el piso de Mertin. Elfrida lo recibió llevando un tocado verdaderamente fascinador. Se había puesto un precioso vestido de seda, color rosáceo, que con su corte extremado delataba las exuberantes formas de su cuerpo seductor. El escote cubría en parte el lozano seno de la joven, en parte dejaba adivinar provocante la división de los dos pechos. habíase envuelto en una verdadera nube de perfume de saúco sensual y embriagador. En el momento en que bernardo se presentó, estaba su cara revestida de un color sonrosado subido. Apenas lo vio, lo atrajo hacia sí, cubriéndolo de ardientes besos, que le hicieron perder el juicio. Todos sus buenos propósitos se habían acabado ahora. Al pobre enamorado fuéle del todo imposible pronunciar la menor palabra. Era como un pajarito que se sentía atraído por la mirada hechicera de una serpiente. Elfrida trajo pronto licores y antes de que bernardo se hubiera dado cuenta, el consumo de alcohol lo había vencido. La araña en el centro del cuarto estaba dispuesta de manera que las cuatro lámparas superiores esparcían una luz blanca, pero la inferior una luz encarnada. Elfrida apagó pronto la blanca y penetrante luz; y a ambos los alumbraba, en cambio, la luz de su rojo ardor y amor sensual con tanta más fuerza... Y entonces sobrevino lo que tenía que sobrevenir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . …… Elfrida había sido irrevocablemente suya. Primero, Bernardo no había sabido lo que le pasaba; pero ahora, después de gozar el amor carnal, le vino a la conciencia con tanta más claridad, terror y arrepentimiento, lo que había hecho y a lo que se había dejado seducir. Ambos se creían las víctimas irresponsables de una fascinación erótica. Y a él le sobrevino una verdadera aversión contra esta muchacha tan joven y fresca. Ella parecía que no quería darse cuenta de sí misma, y solo quería besar y ser besada, para cambiar nuevos fuegos de amor. Bernardo se sintió convencido por asco contra ella, contra sí mismo, contra la situación toda. La repelió y salió corriendo con precipitación, sin despedirse siquiera. En la calle, Bernardo recordó de repente la visión que había tenido días antes. Al decirle Elsa que no fuera a España, ya en aquel momento se dio cuenta que, entidades del espacio, elementales, que actuaban sobre la mente de su novia, querían estorbarle el camino de la Iniciación. ¿No sería hoy lo mismo? ¿No serían aquellos demonios, de los cuales habían sido ahora juguetes y víctimas, él y Elfrida? Ya Rasmussen le había advertido, varias veces, que las entidades bajas se valían de todas las ocasiones y de todos los medios, para distraerlo de su objetivo... Era cerca de media noche cuando volvió a encontrarse en su cuarto. En el camino ya se había pintado las consecuencias inevitables de su conducta. A pesar de que había obrado bajo la influencia de un poder extraño diabólico, no podía evitar su arrepentimiento. ¿Cómo se portará Elfrida? —era uno de sus pensamientos principales que le ocupaban—. De seguro que no expondría a su padre el transcurso verdadero del suceso, sino que le haría creer que él la había seducido, y aun posiblemente que la había violentado. ¿Qué es lo que el profesor Mertin haría? En todo caso, exigiría, con toda seguridad, que se casara inmediatamente con ella. Luego vio en su espíritu las consecuencias que el acontecimiento tenía que producir en la pobre Elsa, tan digna de lástima. Vio cómo su corazón tenía que partirse. Creía oír ya las justificadas amonestaciones de la madre de la una, previendo asimismo cómo el padre de la otra la castigaría por su increíble ligereza. Una voz interior le dijo después que quizás había puesto en peligro todo su porvenir: Si aun hubiese podido amar a Elfrida, entonces todo hubiera podido arreglarse casándose. Pero él sentía un aborrecimiento irresistible hacia esta muchacha de una sensualidad tan excesiva. De tanta constricción y arrepentimiento, no sabía a dónde escapar de sí mismo. el único consuelo se lo daba la idea de su próxima partida a España y entonces se decía: —¡Quién tiempo tiene, tiene vida! Por el momento no le quedaba otra solución que tener paciencia. Iba a desnudarse para poder acostarse, cuando vio que sobre la mesa de noche había una carta. Era de Rasmussen e inmediatamente supo de que se trataba. era indudablemente una contestación a su última carta, en que Rasmussen, a título de epístola didáctica de maestro a discípulo le decía lo siguiente: “Mi estimado amigo Reiman: Mucho me alegró la noticia de que usted haya sido aprobado en su examen de una manera tan brillante y de todo corazón le expreso mis mejores albricias por su título de doctor en medicina, y que, para su porvenir, sea un emblema que lo lleve de éxito en éxito a cumplir la misión de la cual un filósofo latino decía: Opus sanctus est sedare dolorem. Que le sea a usted permitido ser un verdadero samaritano en el camino de la vida. Me pregunta usted qué debe seguir haciendo para que logre la iniciación en la orden del Rosa-Cruz en España y como debe prepararse. No hay que confundir la hermandad de los Rosa-Cruz, con otras sociedades, digamos, por ejemplo: una sociedad de geografía estadística, una orden religiosa, la francmasonería, un centro espiritualista o de la Sociedad Teosófica. A todas éstas se logra entrar mediante pago o por vocación, en que uno adquiere compromisos con la sociedad u orden en que entra y por otro lado la orden o sociedad tiene deberes con el nuevo admitido. Como sacerdote, basta recibir las órdenes regulares y ceñirse el hábito. En una sociedad se extiende el título de socio; en la francmasonería, dicen que dan patentes, etc. etc. Generalmente es cuestión de recomendaciones y pagos más o menos. Ciertamente que existen también sociedades en Europa y en Estados Unidos que llevan el nombre de sociedad Rosa-Cruz, muy respetables algunas de ellas pero aunque de estos centros se logre a veces la admisión "en la verdadera congregación astral, no es necesario pertenecer a ellos". Ya sabe usted, la verdadera fraternidad Rosa-Cruz existe invisible para los ojos materiales en el plano astral y la iniciación solo se puede lograr cuando se esta preparado. Para el Rosa-Cruz el dinero no existe... todo depende del adelanto del neófito, que se conoce por su aura, por las señas de la mano, y por aviso del Gurú. El primer grado, se obtiene en ciertos centros, uno de ellos es el que existe en el Cerro de Chapultepec, en México, donde recibió Montenero, del que le hablé, su primer grado. En España, tenemos un centro más elevado todavía. Este existe en la provincia de Cataluña, la montaña de Montserrat. Ahí puede usted recibir el segundo grado. Esto que le han dicho sobre la alimentación, es tontería. Naturalmente, que la alimentación vegetariana sea la más conveniente para el hombre desde el punto de vista físico, es incuestionable; pero cuando el chela esta preparado para la iniciación de encarnaciones anteriores, puede comer y beber de todo. Como dijo muy bien Jesús, no es lo que entra por la boca, sino lo que sale, lo que hace daño al hombre. ¿Que provecho puede hacer a los miembros de cierta sociedad, propagar la alimentación de cosas crudas, y que en las relaciones con sus llamados hermanos todo sea hervido, y no haya más que disidencias, discordias y difamaciones? Ya cuando logre usted la clarividencia, después de la iniciación, vera qué diferente es todo, y cómo vivimos engañados, respecto de los hombres. Verá que el aura de uno que se tenia por bueno y santo, demuestra que es malvado y perverso; y que en torno de otro, a quien difamaba y despreciaba, relucen los colores puros del Maestro. La orden de la Rosa-Cruz no tiene nada que ver con la masonería de que usted me habla. Verdad que también la francmasonería tiene en el grado 18 príncipes de Rosa-Cruz y que lo tomó del Cristianismo. Rosa-Cruz puros eran los grandes príncipes de la Iglesia, en la Edad Media; y lo siguen siendo ocultamente muchos, hoy día, a los que no les es dado exteriorizar su filiación. No podré dar a usted más detalles. Ciertos sueños, lúcidos algunos, otros cuyo contenido no ha podido usted recordar al día siguiente, fueron motivados por cierta labor hecha por usted por los maestros, Gurús del invisible, de una manera preparatoria. Puede usted ya, cuando crea conveniente, emprender un viaje a Barcelona, y atenerse a las instrucciones verbales que le he dado; lo más conveniente será que pase usted por París, donde el maestro Papus dejó ciertos iniciados en las ciencias herméticas, que se reúnen en la rue Savoi, en el salón del barrio latino. Ya los hermanos, allá, saben quién es usted, y pasarán con usted una noche. En Barcelona irá usted a alojarse mejor al Hotel Majestic, en el Paseo de Gracia, y esperará allí los acontecimientos. sin que me sea posible dar a usted hoy mayores detalles, tiene mucho gusto en saludarle su amigo, RASMUSSEN”. Antes de decidirse a verificar el corto viaje que había emprendido Rasmussen a la provincia desde donde ahora escribía, habían proyectado ambos que Bernardo fuese también a la América del Sur: al Perú. Le decía el Maestro: Cuando llegue a Cuzco, por lo menos así era cuando yo pasé por ahí, los indios le ofrecerán ídolos que dicen haber excavado en uno de los templos antiguos. Al examinar aquellos dioses, generalmente se descubre que son hechos en Alemania y llevan aún la marca de fábrica de su reciente manufacturación.


Londres posee un Museo más y los que visiten hoy día la capital británica, deben aprovechar su estancia para conocerlo. Es un Museo de las falsificaciones, del Burlington Fine Arts Club. Sabemos que los Museos de arte antiguo son muy exigentes en la admisión de objetos y que existen en ellos peritos especialistas de mucha experiencia para examinar la autenticidad de las obras, y hasta, por ejemplo, que prueben que un cuadro de pintura es una copia, para ser rechazado, y ya no tiene valor alguno. La Exposición que se ha inaugurado recientemente en Londres, se empeña en hacer todo lo contrario; ella solo admite y premia las falsificaciones, las copias, las imitaciones y las premia muy bien. La empresa ha tenido gran éxito; acuden de todas partes del mundo los visitantes, en su mayor parte artistas, pero sobre todo los propietarios de casas que trafican con objetos de arte. Las ventajas que tienen los visitantes de semejante Exposición, es conocer las cosas falsificadas, pues allí pueden comparar y estudiar las imitaciones célebres. Existen artistas acabados, que falsifican, que hacen imitaciones de cuadros antiguos, con una destreza, con una habilidad admirable. En Alemania hay fábricas enteras, donde imitan muebles antiguos, que junto con los cuadros nuevos, es decir,, recientemente pintados, se ponen como si se tratase de un jamón en la chimenea de la cocina para que el humo le dé apariencia de antiguo. Luego a estos objetos les falsifican documentos, en que consta que proceden de conventos, de castillos feudales, etc., y documentos acompañan a las obras como una especie de fe de bautismo que facilitan encontrar incautos que compren los cuadros. En la exposición, el Berlington Club ha traído los originales de muchos cuadros para ponerlos al lado de la falsificación y así poner mas de relieve el timo. De tiempo en tiempo han sido robados cuadros de autores célebres, cuya autenticidad estaba fuera de duda; pues ahora en esta exposición se han encontrado que estos cuadros habían servido para ocultar bajo un cuadro imitado, otro bueno; fue suficiente raspar uno para que quedara libre el primero. Se ha visto en esta exposición, que Rembrandt es el pintor antiguo más difícil de imitar, y que las copias se conocían enseguida. De todas partes del mundo han acudido los hombres de ciencia y los peritos de pinturas de mas fama, y el museo va a quedar como permanente.


Ahora viene otro aspecto práctico. Los ingleses ricos que tienen dudas sobre la legitimidad de alguna obra de arte de su propiedad, las mandan para hacerlas examinar. En Madrid he tenido ocasión de visitar muchas casas de aristócratas, donde me han enseñado cuadros de Murillo, de Goya y Velásquez, y yo creo que una exposición semejante no estaría mal por aquí, pero se debería buscar un local amplio... muy amplio.


Extraído de la Novela "Rosacruz" del Dr Krum Heller (Maestro R+C Huiracocha)







miércoles, 27 de septiembre de 2023

Rosacruz 11

 "Rosacruz 11 (XIII, XIV y XV"





-Capítulo XIII-


Los días siguientes transcurrieron en indolente monotonía. Parecía como si la noche se hubiese tragado la disputa. Ninguno de ambos esposos volvió a tratar de la cuestión. Pero la señora Reiman evitaba aún más que antes el encuentro con su marido. Interiormente estaba enojada por haberse comprometido tanto delante de él. Ahora, él sabía con certeza, que no era enfermedad el aliciente de su conducta, sino celos y que ella sentía odio hacia la Kersen, haciéndolo todo para disputar a Bernardo a la ciega. Entonces sus pensamientos volvieron a dirigirse nuevamente contra la señora Kersen. “¡Oh, esta mujer!” Ella estaba junto a la ventana torturándose los labios a mordiscos. Todo estaba girando en caos tenebroso a su alrededor, sofocando irremisiblemente el renacimiento de pensamientos mejores. De todas maneras, quería influir sobre su hijo, para que suspendiera todo trato con los Kersen. Pero, ¿cómo?, ¿con qué medios? —¡Dios mío! ¿Es tan débil mi voluntad de madre que no pueda hacer ningún uso de ella? —pensaba. También aquí sentía la pared divisoria que se hallaba entre su hijo y ella. El concepto de “madrastra” no era, por cierto, ninguna palabra hueca y sin sentido. Ella trataba de encontrar el puente que pudiera conducirla hacia él. Una risa sardónica reflejóse en su semblante mientras desechaba uno que otro medio para tal objeto. Su impaciencia incitante la hizo marchar de la ventana. De repente, un pensamiento la hizo estremecer. Su faz se esclareció. El profesor Mertin, el maestro de su hijo que tanta influencia tenía sobre él. A él se había de confiar. Ahora en los días antes del examen, había llegado el momento oportuno para ello. El ya hallaría la manera conveniente para curarlo de su insensato fanatismo por la ciega, y una vez librado de estas trabas, se pondría por sí mismo al lado de ella y pediría con ella al padre la denuncia de la hipoteca. Efectivamente, éste era el único recurso salvador con el cual saciaría su venganza. Esta tonta, tenía que venir irremisiblemente en su busca a pedirle perdón por la ofensa que le había hecho. No había sido increíble que la señora Kersen se saliera corriendo dejándola en medio del cuarto como a una tonta, gritándole aún que ella había sido la elegida por su esposo. ¡Qué necio había sido de su parte hacerle recordar esto nuevamente; cuando debía saber muy bien que la más fuerte era ella, pues el dinero confiere al que lo tiene, al mismo tiempo, un cierto poder! Echó la cabeza hacia atrás y sus ojos brillaron llenos de triunfo. con una mirada a su reloj cubierta de brillantes, exclamó: —Aún hay tiempo. Si no me equivoco, el profesor recibe a esta hora. Y, rápidamente decidida, llamó a su doncella para que la ayudara a vestirse. Antes de salir, le encargó que cuando su marido o su hijo preguntaran por ella, les dijera que había ido a visitar a su amiga, la señora del consejero Wilckens. Y enseguida se puso en camino, sonriendo llena de confianza. Al entrar en la casa del profesor, dio con su hija Elfrida, con la cual se conocían de vista; y parece que una corriente telepática se comunicó entre ambas mujeres. Elfrida pensó: “Esta es la ocasión de influir a la madre para conquistar a su hijo Bernardo, de quien sabemos estaba enamorada”. Y la madre se dijo: “Esta es la mujer que debo elegir como esposa de Bernardo, para poder quitar a la ciega de en medio”. La conversación entre ambas mujeres fue un totun revolutum, pero la radio telepatía entre ambos cerebros excitados, había establecido su comunicación, y, al levantarse, la muchacha al llamado del ama de llaves, tanto ella como la madrastra de Bernardo, creían haberse entendido.


***


-Capítulo XIV-


El semestre de estudios acababa de llegar a su fin a causa de los exámenes que iban a celebrarse, de manera que el profesor Mertin, que aun daba clases complementarias a varios de sus discípulos para prepararlos para el examen, estaba doblemente ocupado. Esta era la época en que el exceso de labor excitante y el poco descanso nocturno, lo tenían muy fatigado y de mal humor. Estaba justamente en su hora de consulta. La señora Reiman era la última. Reflexionaba si debía fingir alguna enfermedad cualquiera, para tratar el asunto de su hijo como asunto secundario, o si fuera mejor que tratara directamente del asunto que allí la había llevado. Repetidas veces se levantó nerviosa, yendo de un lado a otro, pero no lograba tomar decisión alguna. El tiempo de espera se le hacía larguísimo. Por fin, el último de los pacientes había abandonado por otra puerta el cuarto de consulta y el profesor Mertin entró en la sala de espera con su traje blanco de operaciones, con las siguientes palabras: —Bueno, señora, ¿quiere usted pasar? Es usted la última. Señalóle una silla y con legítimo acento profesional prosiguió: —Y bien, ¿qué es lo que le pasa? —Señor profesor, no se trata de mí. Yo vengo por mi hijo. —¿Sí? ¿Qué le sucede a ese joven? ¿No podía usted traerlo consigo? —No, señor profesor. —Bueno, pues entonces cuénteme usted lo que le ocurre. A ver si nos arreglamos sin su presencia. —No, señor profesor, mi hijo no está enfermo. —Pues entonces, ¿qué es lo que usted quiere de mí, señora? —preguntó él algo incomodado. —Mi hijo es un discípulo de usted, señor profesor... Bernardo Reiman. —¡Ah! ¡Eso...! ¡Ahora lo comprendo! —exclamó el profesor Mertin—. Es muy grato para mí conocer a usted, señora, pero no debe usted preocuparse para nada, puede estar absolutamente tranquila. Su hijo de usted, no necesita mi ayuda, pues hará un examen brillante. Es uno de mis mejores discípulos. —No, no, señor profesor. No se trata del examen, sino de un... un... amorío que mi hijo tiene.


—¡Qué me dice usted! ¿Un amorío? —y añadió para sus adentros: ¿Y qué me importa a mí todo eso? Sólo, para decir cualquier cosa, terminó: —¡Ya, ya! La juventud, señora. Pero en su mayoría son cosas pasajeras. Ahora iniciará pronto su profesión de médico y entonces ya olvidará a las muchachas. —No, señor profesor; ya está demasiado prendado de esta mujer. Perdóneme usted si le hago algunas aclaraciones sobre las circunstancias inmediatas. Fue quizás cierta curiosidad la que indujo al profesor Mertin a dejarse relatar por la madre de Bernardo algo sobre esta cuestión. Y la señora Reiman se puso ahora a exponer al viejo profesor el asunto, con aquella nerviosa minuciosidad histérica, que le era característica. Allí tuvo que salir la historia de su propia vida, y luego, toda la historia de la familia Kersen; de manera que el pobre profesor, ya dejó de escucharla a la tercera frase, prestándole únicamente un poco de atención, cuando creía que iba a concluir. Fueron muchas las muestras de impaciencia que hizo; pero ella no parecía comprender que el asunto tenía que ser sumamente aburrido para él, y que lo consideraba como un robo de su tiempo tan precioso. por consiguiente, aprovechóse él de la primera pausa que la señora hizo para tomar aliento, para interrumpirla: —Lo siento muchísimo, señora, pero he de declararle que no puedo mezclarme de ninguna manera en cuestiones particulares de mis discípulos. Por consiguiente, lamento de veras, no poderla servir y he de suplicarle me exima usted de este asunto. Usted ha de comprender, señora, que ahora tengo mis atenciones y preocupaciones en los exámenes. —Ya, señor profesor, pero... Mertin ya estaba fastidiado de la cosa. No quería escuchar nada más y no la dejó proseguir. —Señora Reiman, lo siento muchísimo. ¿Me hace el favor...? En vista del enojo que se marcaba ahora tan visiblemente en las facciones del profesor, la señora Reiman no tuvo más remedio que despedirse sin haber logrado su propósito. Al abandonar el cuarto, habíase ruborizado hasta la frente. El profesor sin haber escuchado nada de lo que le había contado la señora Kersen, exclamó, cuando se vio solo: —¡Qué latosas son algunas mujeres!.


***


-Capítulo XV-


Entretanto, Bernardo había hecho una visita a Elsa. Quería exponerle aun antes de su examen el propósito suyo de emprender un viaje a España. Ya en otras ocasiones habían hablado con Elsa de este proyectado viaje que había aconsejado el Cónsul Rasmussen con el objeto de ampliar allí sus estudios sobre la ciencia RosaCruz; si bien Bernardo estaba obligado a guardar sigilo de muchos de los secretos y comunicaciones del maestro Rasmussen, otros podían servir de motivo de conversación, después, entre la pareja. Cuando llegaban a este tema, eran horas inefables. Se sentían transportados al espacio, y convivían con los hermanos mayores, en aquellas esferas. Teóricamente, ya sabían cómo dar el paso —que para la humanidad es tan siniestro— de la muerte; pero Bernardo necesitaba iniciarse, para poder llevar a la práctica tan hermosas teorías aprendidas. Rasmussen habíale ofrecido darle instrucciones precisas para su viaje a Barcelona y su iniciación en la montaña de Montserrat. Encontró a la ciega sentada en el jardín en una silla, haciendo labores de mano. Estando aun a veinte pasos de distancia, ya recibió los saludos de su amada. con el oído atento, y torciendo la cabeza, exclamó: —¡Bernardo..., Bernardo! Está bien que vengas, justamente estaba pensando en ti. —¿Es verdad, Elsa? Fue seguramente una excepción. Pero Elsa iba poniéndose visiblemente más triste cada vez, pues no podía resignarse a tener que pasar semanas enteras sin la presencia de Bernardo. De pronto, extendiendo el brazo en el aire, buscó su mano. Bernardo que había comprendido su movimiento, vino en su ayuda. Pero luego ya vio que a Elsa se le saltaban las lágrimas. sujetándolo convulsivamente, dijo ella: —Bernardo, Bernardo mío, no debes dejarme sola; ¡yo te amo! Bernardo quedó completamente sorprendido del arranque sentimental de Elsa, sintiéndose invadido de una compasión profunda hacia ella. Lleno de ternura llevó su mano de alabastro, en la que se distinguían venas azules, a sus labios. Ella se sintió dominada de una profunda felicidad, y un intenso calor le llegó hasta la frente. —¡Niña mía! Yo estoy siempre contigo, aun cuando esté lejos de ti. ¿No sabes eso? Él contempló su cara ardiente, sobre la que las pestañas oscuras yacían como velos de luto, y se sintió dominado de un sentimiento de dolor. Involuntariamente tuvo que pensar en las estrellas brillantes de Elfrida, que en aquella noche le habían sonreído tan llenas de promesas. ¡Ay! ¿Por qué faltaba a la carita de Elsa este brillo? ¿Por qué sus estrellas debían quedar sumergidas en noche eterna?


—¡Elsa querida! —prorrumpió en su dolor—. Yo parto para lograr estudios que aquí no me pueden enseñar. Tú eres la blanca flor por la que vivo y muero. Si no es permitido traerte la luz como te lo prometí, la vida no tiene, para mí, valor alguno — dijo él, abrazándola dulcemente. Elsa bajó la cabeza y unas lágrimas, como nacidas de una santa revelación, humedecieron las rosas en su seno. Bernardo vio cómo su pecho de color de marfil subía y bajaba de emoción. Entonces alzó su barba y besó las perlas húmedas que pendían de sus pestañas, haciéndolas desaparecer. Fue el primer beso que la pareja se daba. Desde el jardín llegaba el regocijo de las aves y el chirriar de un grillo. Elsa no oía nada. En sí misma había tan poderoso zumbido y campanilleo y canto, que dominaba todo lo demás. En su corazón había brotado el amor, cual un despertar de primavera. —¡Si tú pudieras verme! —exclamó él—, ¡qué feliz sería yo! Una dolorosa sonrisa pasó por el semblante de ella. —¿Quién te dice que no te veo? Yo te veo por medio de tu alma que habla conmigo. El acento de tu voz me revela tu imagen. ¡Tu voz es tan suave y flexible, y, no obstante, llena de vigor...! Según eso, tu exterior tiene que ser muy hermoso. Y, cosa curiosa; a veces te veo verdaderamente, y ahora se presenta tu imagen con toda claridad ante mi alma. Cómo sucede esto, yo mismo no lo sé. Es tan precisa, que podría dibujarla como las rosas y otras flores. dime: ¿No llevas hoy un traje gris? —Efectivamente —confirmó él—. ¿Cómo es posible que lo veas? —Veo tu rubio cabello que hoy se levanta en rizos insubordinados. —Sí, sí; muy cierto. —Y tu nariz, tan recta y hermosa. —Por cierto, recta lo es, y no puede ser fea, si tú lo dices. De pronto se ofuscaron sus facciones y horrorizada se levantó, exclamando: —¡Oh, veo un gran peligro para ti! Bernardo, te lo suplico; no te vayas. —Espero que en este respecto seas una profetisa falsa. Notábase cierta seriedad en su voz, por más que trataba de dar a sus palabras un aire de broma.


Pero luego volvió Elisa a exclamar en alta voz, cubriendo su cara con ambas manos: —¡No quiero ver nada! ¡No quiero ver nada! ¡Dios mío! ¡Eso sí que no! ¡Eso no! Luego se puso a temblar con todo su cuerpo. Su cara estaba desencajada y su respiración era jadeante. —¡Oh, qué terrible es todo esto! Tenía que haber visto un cuadro espantoso. Bernardo se sintió tan conmovido, que no pudo proferir palabra alguna. Silencioso la tomó del brazo y la condujo hacia el jardín. El sol poniente fulguraba en un rojo sangriento en el cielo. No se sentía el menor aleteo de aire. Bajo su luz dorada caminaban los dos por los caminos circundados de flores del jardín. —¡Elsa amada! —con estas palabras interrumpió el silencio—. Estamos solos y no sé lo que los próximos días nos aportarán; si tendré otra vez ocasión y tiempo de hablar a solas contigo. Por consiguiente, prométeme una cosa Elsa. No debes entregarte ya tanto a estas cosas místicas. Elsa que aun se hallaba bajo la impresión dominante de lo que acababa de ver, le escuchaba admirada. —Yo no puedo hacer nada en pro ni en contra, y además doy gracias a Dios, que en medio de mi permanente tenebrosidad, me concede momentos de esta visualidad espiritual. —Bueno. Entonces prométeme que guando veas algo que te asuste, no te preocuparás por ello. —Muy bien. Te lo prometo. -—Perfectamente. No olvides que en pensamiento estoy siempre contigo, y conserva siempre la fe en que, cuando regrese, haré todo lo posible para darte la vista, y que tengo que lograrlo. Cree en ello, Elsa, lo mismo que crees en Dios. Y luego te pediré,.en cambio, como esposa mía. Quiero poseer mi obra y guardarte como mi joya más preciosa, hasta el fin de mi vida. —¿Y si no lo lograras? —preguntó ella en voz baja. —Tengo que lograrlo. —Pero, ¿y si no lo llegas a lograr? ¿Seguirás pretendiéndome aún como a tu mujer?


¿A la pobre ciega? Su corazón latíale hasta el cuello, al hacer esta pregunta y hubo una pausa. Él volvió a pensar en los risueños ojos pardos de Elfrida en que brillaban ardores tan fugaces. —¿Por qué no me contestas? —insistió Elsa compungida. —Porque leo la duda de tu pregunta. —No, yo no dudo de tu saber, y aun menos de tu voluntad, pero yo sé que aun los más grandes exploradores han buscado inútilmente la solución de su problema, hasta que la muerte los sorprendió en ello. También a ti podría ocurrirte igual. —Fácil no lo es —objetó él, algo contrariado por las dudas de Elsa. —No, no lo es. Así, pues, esperare hasta que hayas conseguido la gran obra. —Yo ya quisiera acceder inmediatamente a tu ruego, pero me parece como si con ello me viera trabado en mi afán explorador, puesto que ya tendría la recompensa por anticipado. Así, en cambio, me estimula doblemente a conquistar la joya, por medio de un esfuerzo incansable, y creo que tendré razón. —Sí, seguramente la tendrás —replicóle Elsa con un cierto tono de amargura. —¡Querida mía! ¡Sé prudente! —contestóle Bernardo, a quien no se le había escapado el vibrar de su voz—. Tú sabes muy bien que eres lo más precioso que tengo. Mis aspiraciones y mi vida tuyas son. La atrajo hacia sí y selló esta promesa sosegada, nuevamente con un largo y cálido beso. En este mismo momento se acercó la señora Kersen, rápidamente, desde un camino lateral. Había visto a los dos desde lejos y estaba a punto de llamarlos al emparrado, en donde la cena ya estaba servida. Su frente estaba llena de arrugas y sus ojos contemplaban asustados a su hija. Luego, se posaron casi amenazantes sobre Bernardo. Quería hablar, pero parecía como si no hallara palabras sobre lo que acababa de ver. por fin y con acento amargamente serio exclamó: —¡Bernardo! ¡Venga usted! Tengo que hablarle. Sin proferir una palabra más, tomo a Elsa de la mano y condujo a su hija a un banco que se hallaba a lo largo de la casa. —Espérate aquí hasta que vuelva —le dijo. Cuando hubo llegado con Bernardo al cuarto, cerró primero las ventanas, para que no pudiera pasar ninguna palabra de lo que tenia que decir al joven.


—Ya veo, Bernardo —empezó con acento doloroso—, qué desgraciadamente ha ocurrido lo que yo me figuraba. Bernardo, inconsciente de agravio alguno, insinuó: —Permítame usted, señora Kersen, estoy totalmente confundido. Yo no sé de verdad... —...Déjese de disculpas, se lo suplico —interrumpióle ella—. Usted ha abusado de mi confianza, haciendo concebir falsas ilusiones a mi pobre hija. Bien tiene que decirse que ha obrado sin conciencia con su deslealtad hacia esta pobre ya tan desgraciada, haciéndola más desgraciada aún, pues usted sabe tan bien como yo, que en un matrimonio jamás hay que pensar. La señora Kersen solo le indicó que había tenido una entrevista con su madrastra. Bernardo quería replicar, pero ella le cortó la palabra: —No bastaba ya con que su señora madre me ofendiera con inculpaciones ignominiosas; también usted me ofende, pues mi hija no es ningún juguete para usted —dijo ásperamente—. Me sabe muy mal que justamente ahora, que está usted en vísperas de su examen y su partida, tenga que prohibirle la entrada a mi casa. Bernardo había empalidecido hasta los labios. —El honor me lo impone —prosiguió ella—, pues como mujer que está sola, tengo que evitar toda sospecha; y más, por lo que respecta a mi hija. Usted bien lo sabe, el honor de una mujer es como un espejo: un soplo y queda empañado. Llena de emoción, vio su cara llena de espanto. Un sufrimiento sordo se expresaba en sus ojos. —Señora Kersen, por favor: permítame una palabra tan solo. —Hable usted. —Espero que no habré descendido tanto en su consideración, que ya no pueda dar fe a mis palabras. Y viendo que ella callaba, prosiguió: —Usted sólo ha visto, estimada señora Kersen, que yo abrazaba a Elsa y le daba un beso. Esto me degrada ante sus ojos como un hombre frívolo. Y efectivamente, si esto hubiera ocurrido con intención sensual, tendría usted mucha razón. Pero siento profundamente que no haya usted oído la conversación que antes sostuvimos, pues creo que entonces hubiera usted sido más indulgente conmigo. Desde hoy me considero como prometido de su hija. Yo no me casaré jamás con otra que Elsa, venga lo que quiera. La señora Kersen quería entrar en objeciones; pero Bernardo, imperturbable, prosiguió: —Y ningún poder del mundo podrá hacerme cambiar de parecer. Solo una cosa he jurado a Elsa; esto es; no pretenderla como esposa mía, sino después de haber logrado que pueda ver. —¡Pobre hija mía! —dijo la señora Kersen, sonriendo amargamente—. ¡Entonces no se casará nunca! —Pues sí señora —respondió Bernardo, lleno de confianza—. Yo quiero estudiar el caso y espero que su hermano me ayudara en ello. Una sonrisa incrédula deslizóse rápidamente por el semblante de la señora Kersen, al decir enseguida en tono serio: —Yo, naturalmente, nada puedo objetar contra su voluntad, pero lo que sí tengo que exigir, es que desde ahora se mantenga usted alejado de Elsa; y, en lo que se refiere a los espons ales, usted seguramente convendrá conmigo, en el punto en que está. Espero que juzgará usted mi conducta debidamente y que nos separaremos. Y alargándole la mano, prosiguió: Realmente, no puedo ni debo obrar de otro modo. No solo tengo que causar una pena enorme a mi hija, sino que también quiero el bien de usted, pues su vida no está hecha para ligarse a una ciega. Por de pronto, está usted aún en la edad que todo lo puede (en que nada es irrealizable, que no conoce obstáculos de ninguna clase), pero después y a medida que vaya entrando en años y pueda distinguir el amor verdadero de la compasión, entonces, si no ha cambiado usted de parecer, me será muy bien venido como yerno, como hijo querido. Al pronunciar estas palabras, volvió a estrecharle la mano en testimonio de perdón, y él correspondió con solemnidad. —Mucho le agradezco la noble opinión que de mí tiene. Yo no puedo ni quiero contestarle más que asegurarle que Elsa será, para mí, siempre, el acicate de mi vida, hasta que haya logrado mi objetivo. Y ahora permítame usted, señora Kersen, que me despida de usted, igualmente que de Elsa. Quizás será por largo tiempo, puesto que primero nos separará mi viaje, y luego tengo que corresponder a sus deseos. E inclinándose, besó respetuosamente la mano endurecida por el trabajo, de la señora Kersen. Luego se dirigió al jardín para despedirse de Elsa. Pero, ¿qué era aquello?... El banco estaba vacío. Se fue al pabellón que tan bien conocía, pero tampoco estaba. Fuése entonces siguiendo el camino, pero no se la veía en ninguna parte.


La señora Kersen salió también de la casa, y se puso a buscar a Elsa, pero todo fue en vano. La llamaron en altas voces. La buscaron dentro y fuera de la casa. Por último, fueron acompañados también por algunos vecinos. Pero todas sus llamadas resultaron inútiles. La señora Kersen estaba completamente desconcertada. ¿Dónde podía hallarse su hija? Seguramente se había marchado por sí sola y había equivocado el camino, y, en su ceguedad, seguramente se había extraviado. —Allí, ¡oh, Dios misericordioso! ¿No se habrá ido al puente? —reflexionó ella de pronto—. Entonces se habrá caído al río y se ha ahogado. —¡Corred al puente, al puente! ¡Mi hija se ha caído al río! —gritó la señora Kersen, con voz penetrante, que se oía hasta muy lejos. Bernardo, cuya frente se había cubierto de un sudor frío a causa del terror que sintió, corrió a más correr y pronto alcanzó el puente. Una mirada, un salto, y cuando la señora Kersen llegó lamentándose grandemente, él ya tenía a Elsa en sus vigorosos brazos y marchaba con ella hacia la próxima orilla. Efectivamente, bajo la impresión de su acceso sonanmbúlico, Elsa había abandonado su lugar como soñando, llegando así al camino que conduce al puente, y, a causa de un mal paso, se había caído al agua. Gracias a Dios, Bernardo había llegado a tiempo, en el momento preciso.


***


Extraído de la Novela "Rosacruz" del Dr Krum Heller (Maestro R+C Huiracocha)





lunes, 25 de septiembre de 2023

Rosacruz 10

 "Rosacruz 10"


-Capítulo XII-





Mientras las condiciones fisiológicas y psicológicas difieren, nuestro poder de percepción tiene que ser diferente; por eso el músico, el pintor, es un especialista, desde el punto de vista psicológico. El Rosa-Cruz debe refinar sus sentidos y sentimientos y lo consigue solo cultivando con ahínco los estudios herméticos. Debe ser soñador, idealista, refinadamente artista. El verdadero Rosa-Cruz será pintor, músico, poeta, aunque no sepa manejar pinceles, piano o ignore rimar, pero todavía no será por eso mago, ni lo llevara al extremo necesario, si no domina la pasión material, mientras no mate su ego animal. Tenemos, pues, tres categorías de seres: los insensibles, los hipersensibles y el consiguiente término medio; existen aún impresionables solo para ciertas cosas, pero no hay ninguno que no haya sentido la excitación, el deseo de poseer a una mujer; hasta los eunucos, los hermafroditas, tienen momentos, aunque pasajeros, en que desean hacer suya a una mujer. Ello es necesario, es una condición biológica en el hombre; pero ahí está el gran problema, de como aprovecharlo, para bien o mal, para alimentar el animal o cultivar a Dios, para denigrarse o elevarse, para ir adelante o retroceder. La potencia sexual es la vida, el poder, la fuerza; vemos a un tísico que apenas puede levantarse, un reumático a quien sus dolores no le permiten moverse; hasta ponerlos en contacto con una mujer, para que recuperen toda su fuerza, toda su agilidad. Hay seres inferiores, a los cuales se les pueden mutilar los miembros, una pierna por ejemplo, sin que sientan dolor en el acto sexual. El esclavo solo puede elevarse a poder mandar, después de ser libre. Un hombre esclavizado por sus instintos bajos, por sus pasiones, no podrá influir, no dominar a otros. Solo los hipnotistas natos, que suelen nacer como fenómenos, pueden influenciar, a pesar de dar rienda suelta a sus vicios; pero el que quiere aprender a hipnotizar, es decir, a dominar a otros, sin haberse dominado a sí mismo, no logrará su objetivo. Veamos cómo influye la potencia sexual sobre la fuerza mental. La glándula pineal, rompecabezas de los sabios, esa pequeña glándula de nuestro cerebro, según los hindúes, es una ventana de Brahma, es un acumulador para el hipnotista y para el mago. Desarrollada esa glándula, hace efectuar a los fakires aquellos fenómenos tan sorprendentes, de fascinación de masas.


Esta glándula hallábase muy desarrollada en los Santos que operaban milagros, y las tienen agrandadas los negociantes que comercian con éxito, y también los Edison, y todos los que se adelantan a su época. Se halla atrofiada en los idiotas, en los hombres de poca fuerza de voluntad, en fin, en la mayoría de los humanos. Es menester para el ocultista, desarrollar esa glándula, y el secreto lo posee la magia sexual en cumplir la ley: “No fornicarás”. Pero tiene sus peligros, y por eso es necesario explicarse, para evitar a los aspirantes a Rosa-Cruz el cometer errores, y que caigan en los extremos; creo que es menester abrirles los ojos e indicarles donde pueden hallar algo grande, avisarles que el refrenar demasiado, acarrearía enfermedades nerviosas, muchas veces incurables. Naturalmente, no se puede dar la clave lisa y llana, ésta debe descubrirla cada cual, según su adelanto. Sucederá que este libro, en manos de cualquiera, será solo novela, una tontería; pero en poder del llamado, será una luz, un faro útil que dejará leer entre líneas un secreto enorme, grandioso, sublime. La mujer ha sido creada para perpetuar la especie; el hombre halla en ella su dicha, debe ser su compañera, y, como tal, debe desearla, impulsado por el amor; pero ¿sucede en la mayoría de los casos?, ¿es realmente amor o deseo? Ciertamente lo último es lo frecuente. La mujer despierta ante todo, ansias de poseerla; mientras esas ansias no se satisfacen, vibra en el hombre lo más elevado, lo más grande, lo más divino; el amor, una vez satisfecho, generalmente concluye. Se ama al ser ausente; se ama, de verdad, a la mujer que no se consigue; hasta a la que se pierde, como al morir, o al abandonarnos. Si, ya poseída la mujer, el verdadero amor se pierde, y solo se vuelve a recuperar después de algún tiempo al perderla, en esto está el misterio del Génesis. Eva comiendo la manzana, perdió el derecho al paraíso. Ciertamente, el matrimonio es la unión del sexo masculino con el femenino, para perpetuar la especie; pero es menester que en el matrimonio solo se entregue uno al otro, en un éxtasis de amor inconsciente, pues hasta desear el goce material, para que el hombre se rebaje al animal, que solo apetece la satisfacción de apetitos brutales. Más; se denigra más bajo que el animal irracional; pues éste, por leyes fisiológicas, tiene cierto tiempo de brama, en que solo guiado por el instinto se une con su género opuesto, y el hombre, que tiene en su voluntad cometer ese acto o no, es responsable si hace mal uso de él. La naturaleza jamás deja de castigar; por eso vemos matrimonios que antes de casarse se amaban y aunque dure la ilusión más o menos tiempo, la reacción nunca deja de esperarse; hay todavía otros que se soportan por rutina o debilidad, pero no gozan la verdadera felicidad a que puede aspirar y tiene derecho el ser humano. Para el acto se necesitan momentos psicológicos determinados, en que se experimenta una voluptuosidad suprema, en que ambos sienten delicias indiscutibles; si en ese momento la pareja hubiese experimentado simultáneamente algún deseo, y éste hubiese tomado forma en el plano astral, habrían traído la realización de ese deseo; habrían cometido un acto de magia.


Hay un acto de magia sexual, hay cierto connubio que sabe efectuar el mago, para sus fenómenos, en que puede con su fuerza mental, en este momento preciso, sanar o matar, enriquecer o arruinar, al que se propone. Para ello hay una clave, un secreto, que podéis buscar, yo tendré buen cuidado de no divulgarlo. Pero esto no interesa a todos los lectores; es menester haber estudiado algo de ocultismo. Para el público sería ese secreto una arma horrible, con que podía impunemente cometer crímenes, sin que la justicia humana le alcanzara. El matrimonio, que debe simbolizar, en el hogar, el cielo en la tierra, se convierte después del casamiento y en poco tiempo, en más o menos infierno. Si al principio existió la unión espiritual, luego el hombre que esperaba algo superior, lo que no puede satisfacer, busca a otras mujeres, trata de alcanzar la dicha fuera del hogar, vienen las comparaciones, y el castillo de naipes, pompas de jabón, se deshacen, resultando que, generalmente, de una víctima y un victimario, casi siempre el último es el hombre, pero también los hay víctimas. El lazo fluidico de su unión, se deshace poco a poco; y, si no uno, ambos concluyen mal, cuando no saben o no quieren soportarse. El verdadero amor, no tiene nada que ver, ni con la ceremonia religiosa, ni con el pacto social, ésos son convencionalismos sociales, que a veces hacen más daño que beneficio. La verdadera unión se hace en espíritu; y cuando todas las circunstancias están previstas, por las leyes superiores, se efectúa sin poderlo evitar, siendo la mujer soltera o casada, virgen o no. Es una atracción misteriosa e inexplicable. Muchas veces los jueces castigan casos de inocentes, verdaderamente irresponsables; mujeres que se entregan, impulsadas por amor, y, ya satisfechas, se arrepienten, acusan y hacen castigar, siendo ellas las principales culpables. Hay ahí un hipnotismo inconsciente, en el cual ya uno u otro obedece irremisiblemente; castigarlos, es igual que condenar a un loco o a uno que cometió un delito en estado hipnótico, que está previsto en la medicina legal. Mucho más cruel es la sociedad, en repudiar o despreciar a estas víctimas. ¿Sabe ella acaso el fenómeno íntimo que se efectúa? ¿Conoce como la serpiente fascina, hipnotiza, al pajarillo que luego devora? El Rosa-Cruz mago siente la misma excitación nerviosa al operar, que otro ser lleno de deseo. Si supieran los hombres lo que pudieran hacer en este momento de nerviosidad, seguro que lo harían todo, menos seguir a la mujer. Todo fenómeno en el plano material, es provocado en el plano espiritual y solo las uniones que se efectúan ahí, son duraderas; solo en ellas está el verdadero goce, que los demás humanos ignoran; solo en la unión espiritual, residen el placer, el éxito y el poder. Por eso, jóvenes, huid, aunque sean hermosas, de las mujeres sin alma e incapaces de unirse espiritualmente. Evitad casaros por interés o por otros motivos. Examinad primero, si vuestra amada os pertenece en espíritu; sin ello, no podéis ser feliz por tiempo indefinido, ni acaparar fortuna, sino en raras ocasiones…


¡Cuántos fueron hombres de suerte o fortuna antes de casarse! Después, desde que se unieron a su mujer, todo fracasó: los persiguió una mala estrella, debido a que antes sus empresas eran manejadas por fuerzas mentales potentes, que perdieron al gastarse en la unión sexual. A la inversa, hombres que nunca consiguieron antes nada, bastó que se casaran, para que el éxito, la fortuna, les fuese favorable, debido a que el fluido sexual de la mujer les faltaba, y ahora el de ambos estaban afines, y el poder de que carecían, les vino inconscientemente. Otro problema necesario de advertir y que hace tan decrépita, enfermiza, impotente a la generación actual, es el vicio de la masturbación, tan arraigado en la juventud de ambos sexos. Si supieran los padres y los maestros el grave daño que hacen al no advertir el peligro a sus hijos y discípulos, tomarían medidas adecuadas para el caso. Todos, en los primeros años en la escuela, lo hemos tenido, y comprendemos el perjuicio que nos ha ocasionado; pero una cobardía moral mal comprendida, nos impide abrir los ojos a nuestros pequeños. ¡Cuántas voluntades se agotan, cuántos rostros, que pudieron haber sido bellos, se marchitan, cuantas existencias se truncan, por no dar la voz de alarma! Los estudios de Rosa-Cruz nos enseñan que el semen es el astral líquido del hombre, es la vida, encierra el poder. Si no hacéis uso de vuestros órganos genitales, se atrofian y ya no sois hombres, os convertís en seres impotentes. Por eso el problema es tan difícil, y no existe mas que este dilema: O cometéis el acto, como un acto necesario, como el comer, con un ser al cual no queréis, ni apreciáis, y sin mezclar vuestros sentimientos espirituales; o lo hacéis en un éxtasis de amor, con el ser a que estáis seguros de permanecer unidos por toda la vida. En la patria de Sócrates, en aquella hermosa Grecia pagana, la hetaira era sagrada, era elevada al rango de sacerdotisa del amor: ella servía para satisfacer las necesidades de los Atenienses, sin que éstos gastasen sus energías intelectuales. Y, como tal, la prostitución es hasta hoy una necesidad social, en lo único que hacemos mal es en humillar y escarnecer tanto a esos seres y enaltecer demasiado a ciertas mujeres casadas. Mal que nos pese, debemos aceptar la definición de Pablo Robin, que dice: “La principal diferencia entre las mujeres consiste en que, las calificadas de honradas, trafican al por mayor, y las prostitutas, al menudeo. Estas venden sus besos por necesidad a todo el mundo, aquellas los suministran a un contratista vitalicio”. Pretender satisfacer el acto con el ser querido y experimentar goces animales, no es posible, más fácil es juntar el aceite con el agua. El mismo espíritu lo castiga, acabando vuestra fuerza de voluntad, trayendo dolores y enfermedades, y así perdéis el paraíso prometido. El Gran Todo, el Alma Cósmica, es el gran almacén universal, de ahí se reparte todo, como por reflejo. La vida individual es solo una parte de la vida universal, como el amor particular es una chispa del gran amor universal.


Con amar a un ser, hacemos vibrar todas las vibraciones del amor universal y siendo el amor origen, principio, energía impulsadora de todo, los átomos químicos no son en su principio íntimo sino compuestos de amor, y al unirse el átomo oxígeno e hidrógeno en agua, se realiza un maridaje pasional. El amor, como ya he dicho, es el origen de todo lo que se agita y muere. Dios es amor y su amor realizó la creación. Cuando el hombre se une en el acto secreto a la mujer, es un Dios, pues en este momento se convierte en creador. Los videntes dicen que en el momento preciso del amor, del espasmo, ven a los dos seres envueltos en una ráfaga de luz, muy brillante; se envuelven en las fuerzas más sutiles y potentes que hay en la naturaleza. Si saben aprovechar el momento, si saben retener esa vibración, con ella pueden operar, como el mago para purificarse y conseguir todo. Si no saben respetar esa luz, los abandonará, para recluirse en las corrientes universales, pero dejando tras de sí las puertas abiertas, por donde se introduce el mal. El amor se convierte en odio, la ilusión deja lugar a la decepción. Como el amor, todas las manifestaciones de la naturaleza tienen en el plano material sus acumuladores. La mujer joven, generalmente, es un acumulador de lozanía, de salud y belleza, trasmisible como todo a otros. Todo ser es un vampiro, que puede atraerse esas cualidades para sí. Las corrientes fluidas materiales, una vez chocadas, una vez confundidas entre sí, se neutralizan y se repelen; las corrientes espirituales, por metafísicas, no son alcanzadas por esas leyes físicas. Meditad, hombres casados, ¿Habéis alcanzado en el matrimonio el éxito, la satisfacción que esperabais? No os engañéis, no os hagáis ilusiones, no os ofusquéis por la voz de la materia y tengáis que decir: Tiene razón y ahora me explico muchas cosas, que antes no comprendía. En el Perú, en la India y en México hay brujos, hechiceros, de los cuales los que no averiguan se ríen. Estas brujas o hechiceras han conocido ciertos secretos por tradición de sus antepasados, para hacer mal. Los hay, que hacen muñecos de cera y los clavan con alfileres; yo he conocido casos patentes, en que operaban con éxito, pues la mayor parte emplean la magia sexual, y como primer agente, la sangre, el líquido menstrual y el semen. Hace años, en Santiago de Chile, un amante, por vengarse de su ex querida, operaba en su contra, valiéndose de ropa usada. Llegué a ver en el hospital la muerte del mismo, y al dar cuenta a la justicia se rieron del demandante y el asunto quedó sin castigo. Hoy mismo conozco un caso en que un conocido mío, valiéndose de sangre adherida a un paño y de una capa que usaba su amante, opera contra ellos. Cuando vea el resultado publicaré mis observaciones, con detalles amplios, por ser estudios curiosísimos, que aunque muchos no creen en brujerías y clasifican estos hechos en el escalafón de supercherías, en el ánimo publico esta que son cosas reales y que a cada rato nos vemos enfrente de casos inexplicable de enfermedades, que no encontramos su causa.


Por de pronto, puedo anticipar que la amante de referencia, se volvió loca irascible. ¡Cuántas veces vemos hijas que abandonan el hogar con un tenorio de barrio, que no supieron apreciar el dolor de una madre desilusionada; se enferman o mueren o les acontece cualquier otra desgracia! Conocí el caso de un galán que perdió la vista, sin que la ciencia pudiera encontrar la causa. Se dice: ¡Castigo de Dios!, imaginando que existe un Dios personal, que con un látigo en la mano, corrige a sus criaturas. No, querido lector; es la influencia de la mentalidad de la madre que vibra sobre el traidor, hasta destruirlo. Si aquel se hubiese unido a su amante en un sentimiento de verdadero amor, las corrientes mentales de la madre no le alcanzarían, pues el amor puro es una coraza férrea que todo lo rechaza; pero si sólo existió el deseo carnal, no hay excepción, serán castigados, tanto él como ella, según la magnitud de la falta y el poder mental que pide venganza. La magia es la exteriorización de la fuerza de voluntad. Esta puede servirse como vehículo del amor o del odio; el primero lo emplea el mago blanco; el último el negro. Sus alcances dependen de la intensidad, cómo, y el tiempo que sabe vibrar, pero el resultado es inevitable, forzoso. ¡Cuántas veces llegan a nuestros consultorios estos enfermos que dicen estar embrujados, que alguien les ha hecho daño! Los médicos se ríen de estos casos y para deshacerse del cliente, recetan bromuros, y sin embargo, hay en el fondo una verdad; estos individuos están atormentados, heridos y perjudicados por la corriente mental del que querían impunemente dañar en otros tiempos. Es la ley de Karma que los alcanzó; la mano de Dios que supo castigar. Lo que el brujo hace a sabiendas, ellas se lo proporcionan inconscientemente. Cuando el Rosa-Cruz ve a una mujer bella y hermosa, debe tratar de atraerse esas bellas cualidades para sí, cargarse de fluido bello y sano. No por eso daña a la mujer, porque su poder acumulador no se agota; mientras más esparce, más acumula. Cuando un viejo decrépito se casa con una muchacha joven, lo vemos de pronto rejuvenecerse, y a ella languidecer; concluye, se agota. Es que el anciano atrae demasiado la vitalidad de la cónyuge. Más tarde se establece cierto equilibrio, hasta que la fuerza prestada se vuelve y ella torna a su esplendor y lozanía. Sucede lo contrario cuando una vieja se une con un hombre más joven, su vejez se precipita y el galán busca de satisfacerse, engañándola. Para el matrimonio moderno, no se tiene en cuenta nada de estas cosas, ni las condiciones fisio-psicológicas de los contrayentes; lo esencial es llenar las fórmulas sociales; se casa el dinero con el dinero. He ahí el motivo de la degeneración actual, y obligación es de los que saben, incitar una corriente de propaganda en pro de salvadoras ideas a este respecto.


He leído un trabajo sumamente interesante ante el Congreso Internacional de Higiene y Demografía celebrado en Berlín en 1907, sobre la disminución rápida de la población en Francia, en que el autor quiere descubrir causas por todas partes, sin que se le ocurra la verdadera, es decir, el relajamiento de los placeres sexuales. En Francia, donde el refutamiento por conseguir goces ha llegado a un grado tal, que la misma naturaleza se revela, hace que ya no haya hijos; y ese pueblo que lucía en su Metrópoli el nombre cerebro del mundo será el prostíbulo, si el vértigo del relajamiento y la perversión sexual no se detiene. No quiere decir esto que sea aquel el único factor que atrae este resultado. En Francia los matrimonios, generalmente, no quieren tener hijos, y procuran, por todos los medios artificiales, no concebirlos. A diario acuden a nuestros estudios médicos, ciertos enfermos, cuyo aspecto fuerte y robusto nos lleva a falsas conclusiones. Los creemos completamente sanos y el mismo examen clínico nos confirma la opinión de que este paciente no debía haber venido hacia nosotros; y, sin embargo, estas personas están muy enfermas, sufren lo indecible y la mayor parte de los médicos las declaran incurables. Eso hacen los honrados. los explotadores, los traficantes de la medicina, suelen recetarles tónicos, unas veces también sedantes, las otras afrodisíacos, aunque casi todos ellos, en su fuero interno, están completamente convencidos de que todo es inútil, que todo sale sobrando. Los enfermos a que me refiero, son los que sufren de neurastenia sexual. Son hombres que sienten deseos como los demás, ansias de efectuar el connubio. Tienen erecciones normales; pero, en el mismo momento del acto, fracasan; les basta aproximarse a la hembra para que la erección ceda en absoluto, quedando naturalmente con un estado nervioso, con una desesperación espantosa y terrible. Esta enfermedad puede durar años. No es, como se cree muchas veces, consecuencia de abusos, ni tiene ninguna causa inmediata. Se podría decir que viene esta enfermedad por que sí. El médico que no estudia el parapsiquismo, es incapaz de comprender este estado patológico y mucho menos de darle un tratamiento adecuado. La corriente nerviosa en el ser masculino, es una electricidad positiva. Eso, en primer lugar. Y, en segundo, en una proporción necesaria, es un magnetismo negativo; el uno representa la materia en nosotros, y la otra, la materia del arcano mater. Casos iguales pasan en muchas mujeres de temperamento ardiente. Sienten ansias de unirse con un hombre; pero, en el momento de llegar al hecho, sienten una sensación de repugnancia y lo rechazan, dejando al hombre desconcertado. Es que en la intimidad de nuestro ser tenemos que ser algo hermafroditas; hemos de tener algo de hombre y algo también de mujer en proporción normal. Cuando hay desproporciones, se da origen a esta enfermedad que describo. Se ha tratado de curar este mal mediante el hipnotismo, y, en algunas veces, con resultado halagador, pero en la mayoría resulta impracticable, porque es muy difícil lograr un sueño hipnótico en estas pacientes. Para esto, solo hay un recurso único absolutamente eficaz, pero que al mismo tiempo es una gran clave de la magia sexual.


Dado el estado actual de la sociedad, por consideración a los lectores armados de falso pudor, y para esta vez valerme del método de la escuela oficial, daré la receta en latín, que consiste en una suave "inmissio membri virilis in vaginam sine ejaculatio seminis". Esto no solamente es un remedio seguro para esta enfermedad, sino que también es un remedio para muchos otros males y a veces el secreto para armonizar los matrimonios, que hace desaparecer las rencillas, del lugar, como por encanto. Probadlo. La posición descrita puede durar una hora y se sentirá una sensación de bienestar inefable. Pecho contra pecho, los dos plexos solares en inmediato contacto, todos los centros astrales sobrepuestos, permiten un intercambio para establecer una justa androginidad. Me cuesta trabajo contenerme. Quisiera escribir mucho más sobre esto. pero es... prohibido para el iniciado... Estas cosas se pueden tratar de persona a persona, pero no aquí. Hay todavía un asunto que debo mencionar y que interesa a todos los hombres. Cuando se ha llevado el exceso sexual, y esto sucede con frecuencia, al máximo, viene la reacción consiguiente, que llamamos impotencia. Esta impotencia es diferente de la que dije antes. La medicina moderna, que ha degenerado en un repugnante comercio, anuncia con grandes caracteres la curación de este mal y emplea los llamados afrodisíacos. Yohimbina, Fosfuro de zinc, estricnina, cantárida, mirra, asafétida, gálvano, azafrán, etcétera. Estas sustancias atacan directamente al sistema nervioso y al cerebro, agotan las facultades intelectuales y acortan la vida. ¡Desgraciados, infelices, los que caen en manos de profesionales sin conciencia, que os someten por este medio a un suicidio paulatino! Es evidente que la impotencia es una enfermedad como otra cualquiera, y, al no curarla, no solo los órganos genitales se pueden atrofiar, sino que la preocupación constante de un hombre que ha perdido sus facultades genésicas, acarrea la neurastenia. Pero con los productos artificiales de la quimioterapia, resulta muchas veces el remedio peor que la enfermedad. ¿Qué hacer? Recurrir a la madre naturaleza, buscar los medios naturales, los agentes físicos para conseguir el alivio. La fisio y la psicoterapia provocan curaciones maravillosas en estos casos.


En las altas llanuras del Asia Central, el buey almizclero hembra, en la época de celo (meses de Mayo y Junio), percibe a centenares de leguas el olor característico del macho, emanado de un producto que todos conocemos y que es pagado a precios exorbitantes. En la nariz del animal aludido, se encuentran los ramos nerviosos que provocan esa secreción amorosa que preside a las funciones genitales. Cuando vemos a los toros u otros animales oler antes de verificar el acto, es que se cargan de unas emanaciones vitales que salen de la hembra, que les dan ánimo y potencia sexual. Sabemos que la perfumería barata, solo inspira repugnancia, sobre todo a las mujeres del gran mundo. Acontece lo contrario con los perfumes finos, cuya base es el almizcle, el ámbar gris, el cipeto, etcétera, y que son de uso íntimo; no tienen otro objeto, para las mujeres, que provocar al hombre, pues les trae la sensación genital por medio del órgano del olfato y estimula esa fuerza misteriosa en que reside el poder genésico de todo lo creado. La fisioterapia consigue la curación de la impotencia de una manera segura, siempre que no haya ya lesión material del sistema nervioso, ni del órgano sexual. Malherbe es el inventor de un método curativo, el cual consiste en excitar los puntos genitales de la nariz. Conocemos todos la suma de conocimientos del gran fisiologista americano Brown-Sequard, cuyo sistema de curación fue tratado de inmoral por espíritus timoratos, que se alejaban de la realidad de la vida, y consiste en excitar el aparato sexual, sin llegar a consumar el acto, y así trata de tonificar el cerebro. Este sabio no fue ocultista, pero intuitivamente se acercó a un gran secreto. Excitar el aparato, para producir semen y no derramarlo, sino obligarlo a que se asimile, es nutrir el sistema nervioso y prolongar la vida en general. Se puede decir: “El semen se cerebriza, y, excitando el cerebro, éste se seminiza”. Pero es menester saberlo hacer; llevarlo al extremo, es de lo más peligroso. Así como se hace la transmisión por las ondas hertzianas; así como por la telepatía se pueden comunicar los pensamientos a otros, las manifestaciones de un ser bello y sano, pasan a otro, falto de estas cualidades. He ahí un secreto de cómo podréis llegar a la salud, a la belleza y a los poderes deseados. El deseo refrenado hará transmitir el líquido astral hacia vuestra glándula pineal, y, si repetís ese ejercicio por largo tiempo, os haréis hombres-dioses. Si al contrario, gastáis impunemente esas fuerzas en holocausto de la materia, os acercáis al animal, falto de voluntad y de razón. Al principio, se siente el deseo, la admiración provoca la pasión, pero poco a poco os convertís en acumuladores inconscientes y tendréis salud, poder, belleza, inteligencia.


La Biblia enseña al hombre el camino de todas las conquistas, por ese decreto: “No fornicarás”. Me viene un tropel de ideas, reminiscencias de mis estudios sobre magia sexual, pero no me atrevo a escribirlas, por temor de dar armas a manos que no conocen su manejo o por no ser comprendido. Entiendo que son ideas demasiado avanzadas, que no todos son aptos para digerirlas. Los esposos quedan unidos a sus hijos por toda la vida, bases fluidicas, y por ellas les trasmiten constantemente su salud, su saber y su voluntad; si gastan sus energías en placeres inmoderados, no tendrán que transmitirles a los que dieron el ser. Sus hijos serán tontos y enfermos, por culpa del egoísmo de sus padres, que solo deseaban gozar. Igual pasa con los esposos entre sí; gastan y pierden las fuerzas físicas y mentales, y, cuando los necesitan para el éxito de sus negocios, fracasan. El éxito de nuestras empresas, sean cuales fueren, depende de nuestras fuerzas mentales, y éstas a su vez del desgaste de nuestro potencial genital. De manera que “No fornicarás” quiere decir: Sin abandonar los órganos sexuales, para que no se atrofien, no abuséis de ellos, para no perder el poder material ni mental. No lo hagáis con un ser que no haya sido o no sea siempre de vosotros, porque esas fuerzas son esencialmente individuales. Si se mezcla el fluido con el de otro, con un antecesor, recibiréis la influencia de todos sus males, es el vehículo donde se transmite su desgracia, su mala suerte. El mago al principio de su iniciación puede querer, pero solo una vez y cultivar ese amor. Si sabe el secreto íntimo puede cortar las malas vibraciones anteriores y amar de nuevo sin perjudicarse. Pero ¡son tan raros los que saben ese secreto! Menos los profanos, para ellos, todo el éxito, todo su bienestar depende del cumplimiento de ese mandamiento: “No fornicarás”, que no exige abstinencia absoluta, pero no permite la fornicación material. Para el abusador, para el pasional, no hay poderes posibles. Nuevas encarnaciones tendrán que purificarlo. La iniciación avanzada nos lleva a un estado de sentir todos los goces del amor, sin contacto. Entonces comienza la verdadera introducción de la alta magia; entonces nos elevamos a semidioses. Al principio basta con una abstinencia de cuarenta días al año; son los cuarenta días que Cristo se recluyó en la montaña y fue provocado por Satán, que no fue un ser personal, sino la excitación de sus sentidos sexuales. En el resto del año, solo debía buscarse la satisfacción por necesidad, los días viernes, pues ese día preside el planeta Venus, y éste, como nos enseñan los astrólogos, preside el amor. En los demás días hace, más bien, mayor daño, ese contacto carnal. El presente problema, desde cualquier punto de vista que se tome, es tan complicado, tan arduo, que ha sido muy poco estudiado, y menos dado a la publicidad por los ocultistas. Existe, sin embargo, una sociedad secreta, rama de los Rosa-Cruz: “Los Hermanos Herméticos de Luxor”, que reparten entre sus afiliados manuscritos que contienen grandes secretos y por los cuales se obtienen misteriosos poderes.


Como no es dado divulgar lo que yo he podido saber de estos secretos; por razones de higiene, y para indicar a los estudiantes del ocultismo un camino de alta trascendencia, donde deben inquirir, creo no hacer mal dando las primeras ideas para desarrollarlas poco a poco. ¡Hoy, solo, meditar! El amor como impulsador del acto material y como fuerza creatriz de todo lo existente, es la clave del éxito, de la vida material e intelectual, es la llave con la cual el hombre puede entrar al anfiteatro de la ciencia trascendental y elevarse al plano divino. ¿Queréis espiritualizaros? ¿Queréis poderes? ¿Queréis salud, belleza, talento...? Escuchad a los iniciados que escribieron en la Biblia: “No fornicarás”.


Extraído de la Novela "Rosacruz" del Dr Krum Heller (Maestro R+C Huiracocha)